LA PLUMA ESTILOGRAFICA
Desde los primeros tiempos de la Historia el hombre sintió la necesidad de transmitir su palabra por otro medio que el oral, y también la de conservar, de manera permanente, las ideas que expresaba. De esta necesidad nació la escritura, que en ciertas épocas se hizo con punzones de metal sobre planchas de barro que después eran cocidas, a la manera de los ladrillos, para conservar indeleble lo grabado en ellas; tales son los famosos textos escritos encontrados en las excavaciones de Nínive y Babilonia. Después, la escritura se realizó sobre hojas y cortezas de árboles, y esta innovación, debida a los egipcios, dio origen a los -papiros, muchos de los cuales han llegado, encerrados en las tumbas de los faraones, hasta nuestros días. Los griegos, de espíritu práctico e innovador, utilizaron tablillas enceradas en las que grababan las palabras por medio de un punzón o estilo, hasta que, por fin, adoptaron cañas bien recortadas, de donde proviene la palabra cálamo con que poéticamente se suele designar la pluma.
Ya en el siglo v los romanos siguieron la costumbre de los griegos, pero sustituyeron la caña por una pluma de ave convenientemente recortada. La pluma de ave para la escritura se usó durante más de trece centurias, hasta el siglo XVIII, cuando aparecieron las primeras plumas de acero, que, por cierto, al principio no gozaron de gran aceptación, puesto que su escritura no era superior a la de las plumas de ave.
A mediados del siglo pasado se introdujo una gran innovación en el arte de construir plumas: por primera vez apareció un tipo de portaplumas que llevaba él mismo la tinta, es decir, que cuando una persona viajaba ya no precisaba poner en sus valijas un tintero de cierre hermético, sino que simplemente llevaba la pluma y el tintero en una sola pieza. Sin embargo, estas primeras plumas estilográficas no tuvieron gran divulgación. La tinta no fluía sola durante la escritura y era necesario ejercer presión sobre un émbolo para que bajara hasta los puntos de la pluma.
Muchos inventores se preocuparon por mejorar el incómodo sistema primitivo. Se recurrió, para regular el flujo de la tinta, al uso de muelles, válvulas y otros dispositivos, pero ninguno de ellos dio los resultados apetecidos. En las plumas estilográficas modernas el sistema es completamente distinto: el descenso de la tinta se regula por medio de un alimentador, y en el depósito el aire penetra a medida que se gasta la tinta. Así fue salvado el grave inconveniente de las plumas estilográficas primitivas, esto es, que el descenso de la tinta dejaba en el tubo un vacío, y la presión del aire exterior, en lugar de permitir a ésta bajar, la empujaba hacia adentro; por ello se requería la presión de muelles y pistones.
Las primeras plumas estilográficas se hicieron totalmente de metal, lo que fue un serio inconveniente por el peso de las mismas. Cuando se generalizó el uso del caucho se encontró en él un buen sustituto para la construcción del mango, y se redujo el uso de los metales a las partes imprescindibles, hasta que el incremento de las sustancias plásticas, más resistentes y baratas, desplazó también al caucho en la construcción de los mangos. Todavía solemos ver algunas plumas estilográficas con mango de caucho, pero las modernas son especialmente de lucita, un material plástico al que es posible dar todos los colores deseados y que además es de duración indefinida.
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