ALGUNOS ÁRBOLES AMERICANOS


Tan extenso es el continente americano, que las plantas que crecen en uno de sus extremos en nada se asemejan a las del opuesto. Hablando en general, puede afirmarse que cada cordillera o desierto, las orillas de cada río y las playas de determinada porción de la costa, tienen sus rasgos característicos en lo que al suelo y clima se refiere, y, por tanto, su vegetación, que durante largos siglos ha ido adaptándose a aquellas particulares condiciones, difiere de la de otras regiones que los tienen distintos.

Estas grandes divisiones en la vida de las plantas las designamos con el nombre de floras. Tales diferencias presentan entre sí, excepto en los límites de sus dominios particulares, donde se mezclan y confunden, que si, por arte mágico, lleváramos, vendados los ojos, a un hábil botánico a cualquier comarca de América meridional, a un centenar de kilómetros de Buenos Aires, por ejemplo, le bastaría quitarse la venda y examinar las plantas que se hallen alrededor de él para decir con exactitud el lugar en que se encuentra.

Si lo condujéramos a un sitio cubierto de gigantescos cardos lechosos, adivinaría que se halla en la inmensa pampa; la presencia del roble de Chile lo induciría a creer que se encuentra en la parte meridional de aquel país; viendo en los alrededores varios ejemplares: de liquidámbar, nos diría seguramente el botánico que lo habíamos llevado hasta las comarcas situadas en la ribera oriental del Misisipí, no lejos del Hudson, en América del Norte. El arce rayado delataría para él el Canadá, o Georgia, en las regiones septentrionales del Nuevo Continente; la magnolia, el ébano y el roble americano le hablarían de comarcas cuyo clima es más benigno; los cafetales y bosques de palmeras y cocoteros, de Brasil y demás países tropicales, sin mencionar el algodonero de América tropical y el árbol de la canela de Ceilán que delatan su respectivo origen.