LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL


La situación de Europa a principios de nuestro siglo era muy distinta de la de hoy. Tres grandes imperios, Alemania, Rusia y Austria-Hungría competían con Gran Bretaña en un juego de alianzas y de conquistas, para asegurar sus respectivas hegemonías. Uno de ellos, el imperio alemán, era nuevo, y el kaiser, así se llamaba al emperador, estaba deseoso de ampliar sus fronteras, asegurar mercados para sus productos y materias primas para sus industrias. Las colonias de Alemania eran pocas, y como no quedaban en el globo territorios sin dueño que se pudieran colonizar, el kaiser ambicionaba quitar a otros países más débiles ricas regiones donde la hulla y el mineral de hierro abundaban.

Los otros dos imperios, Rusia y Austria-Hungría, eran centenarios, pero debían afrontar dificilísimos problemas sociales. Rusia, enorme en extensión, no poseía, sin embargo, una salida a mares templados; sus puertos en Europa estaban casi todo el año bloqueados por el hielo, y sólo eran útiles los que poseía en Asia, muy lejos de sus zonas más cultivadas y de las principales rutas del mundo. Además, la situación de la población era muy precaria; la mayoría del pueblo estaba en la miseria, y los campesinos, los mujiks, vivían en estado de siervos. Estas circunstancias habían provocado frecuentes revueltas, y la nobleza, que en contraste con el pueblo era una de las más ricas de Europa, buscaba en la alianza con otros países una garantía para mantenerse en el poder. Austria-Hungría era un conglomerado de pueblos. La dinastía de los Habsburgos reunía bajo su corona a checos, eslovenos, croatas, dálmatas, yugoslavos, húngaros, rumanos, y fuertes minorías: los polacos de Galitzia y los italianos de la Venecia Julia. Casi todos estos pueblos reclamaban su libertad, y los italianos exigían volver a formar parte de la madre patria. El emperador Francisco José dominaba su imperio con mano de hierro; pero, con todo, las agitaciones se sucedían. La constitución del imperio alemán alentó en los Habsburgos, la esperanza de que aliándose con el kaiser apuntalarían su reinado, y así lo hicieron.

Por su parte, Rusia veía en la fortaleza de Alemania un apoyo y un peligro. Austria codiciaba a Ucrania, llamada el granero de Europa, y los alemanes, si bien no se mostraban hostiles al zar de Rusia, visiblemente preferían apoyar las pretensiones austro-húngaras. Por ello, la corte de San Petersburgo procuró concertar alianzas con otros países europeos, y Francia, la cuarta gran potencia del Viejo Continente, fue la elegida, así como Gran Bretaña, para concertar pactos y acuerdos militares.

Europa estaba dividida en dos grupos: por una parte, los Imperios Centrales, Alemania y Austria-Hungría, unidos por una serie de alianzas con Italia; y por otra, Francia, Rusia y Gran Bretaña. Alemania era la nación belicosa por excelencia. Todo el país estaba convertido en un gran cuartel, las fábricas producían elementos bélicos en abundancia, e incluso la educación de la juventud era militarista. El kaiser se sentía llamado a desempeñar en Europa el mismo papel que otrora cupiera a Napoleón, y confiaba en los regimientos imperiales, cuya oficialidad gozaba de prerrogativas que nunca ningún ciudadano había tenido en el Imperio. Los recelos y las ambiciones económicas y políticas ensombrecían día a día el panorama europeo, y desde que se inició el siglo xx hasta 1914 todo fue una loca carrera hacia la guerra. Los gobiernos aumentaban sus ejércitos y los pueblos habían comenzado a odiarse bajo la influencia de la propaganda bélica.