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ADMINISTRACIÓN ECONÓMICA DE LA IGLESIA Las palabras minister y ministrare son usuales en la Sagrada Escritura y sobre todo en el Nuevo Testamento en el sentido de administración, puesto que son las radicales mismas de ésta, añadida la preposición ad en sentido de dirección a un fin. Cuando San Pedro instituye el diaconado como base de la administración económica de las temporalidades de la Iglesia, sienta sencilla, pero muy claramente, la distinción entre la administración de las cosas superiores y espirituales propias del apostolado, simbolizadas en la palabra, o sea la predicación, y la administración de los bienes temporales rentas, ofrendas y otras cosas inferiores, significada en la mesa donde se sirve el alimento corporal. No es justo, dice, que dejemos la palabra de Dios para ponernos a servir (ministrare) a la mesa. Desde aquel momento, y muy a poco tiempo de la Ascensión de Jesucristo al cielo, quedó ya trazada y deslindada por derecho divino, no solamente la administración eclesiástica, a diferencia de la jurisdicción y potestad legislativa, gubernativa y judicial, que ya existan en vida de Jesucristo, sino también la distinción de aquella en espiritual y temporal. San Pablo concreta asimismo la frase, distinguiendo entre el ministro y el administrador a quien llama dispensador o dispensero: “Sic nos existimet homo ut ministros Christi, et dispensatoreo beneficiorum Dei”. Así, pues, la administración se refiere directamente a las cosas, pues a los hombres no se les administra, sino que se los gobierna; y aunque a veces las autoridades civiles y gobernadores de provincia se han permitido en documentos oficiales decir nuestros administrados, esta locución impropia y de mal gusto no debe tenerse en cuenta, como tampoco la de llamar vasallos a los que no son sino súbditos.
2014 - Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano Siglo XIX. Aviso Legal