LOS CAZADORES DE ANIMALES SALVAJES


Cuando visitamos algún gran parque zoológico, el de Londres, el de Nueva York o el de Buenos Aires, por ejemplo, y vemos con asombro la enorme cantidad de cuadrúpedos, reptiles y aves que hay en ellos, nos imaginamos que tenemos ante la vista un muestrario completo de todo el mundo animal. Sin embargo, por muy rica y extensa que sea la colección, y aunque haya en ella ejemplares procedentes de todas las regiones del globo, incluso de las más remotas, nunca puede estar completa, pues existen numerosos animales que no pueden vivir en cautividad.

Esto no obstante, en tales parques podemos contemplar animales traídos de las dilatadas comarcas de Australia, de las maniguas de la India, de las selvas intertropicales americanas, de las onduladas praderas de Norteamérica, de las candentes llanuras de África, de las heladas regiones boreales, de las pequeñas islas que gozan de un verano perpetuo, de las agrestes montañas del Tibet, de las abruptas laderas de los Alpes, de las cuevas y madrigueras, del mar y del aire.

En toda ciudad importante debe existir un jardín zoológico en el cual puedan los niños y los jóvenes conocer las distintas especies animales y, mediante la observación directa y detenida, llegar a interiorizarse de los hábitos de muchísimos ejemplares, venidos desde las más remotas tierras.

Muchos de estos animales, después de ser capturados, han hecho grandes viajes a pie, a través de los desiertos; han sido transportados en buques, y se los ha tratado durante todo el camino con la misma solicitud y cuidado que si fuesen príncipes reales.

Hay otros muchos parques zoológicos semejantes a los citados; quizá no tan ampliamente surtidos, pero importantes también. Existen varias colecciones magníficas en Estados Unidos, y más de cuarenta en Europa, sin contar las colecciones particulares y las muchas casas de fieras.

Para reunir tan gran número de animales es preciso tener organizado en todo el mundo un verdadero y amplio sistema de caza, como nos lo demuestra el hecho de hallar siempre en esos parques, elefantes, rinocerontes e hipopótamos, animales voluminosos y dotados de poderosa fuerza; leones, leopardos y tigres de feroces instintos, dotados de un extraordinario vigor y flexibilidad; osos llenos de fiereza; monos de sorprendente agilidad y destreza, y serpientes cuya mordedura es mortal.

Es probable que la necesidad y el instinto de conservación enseñasen al hombre, desde su aparición en la tierra, a cazar animales más poderosos que él. Los hombres de tiempos primitivos debieron de ver a los mamutes y demás animales gigantescos aprisionados en el fango de los pantanos en que habitaban, y, deseosos de procurarse alimento, reuniríanse para atacarlos al verlos casi indefensos. Después de hacer esto por espacio de algún tiempo, aprendieron, sin duda, a cazarlos preparándoles trampas, simples hoyos, convenientemente disimulados, en los cuales caerían aquéllos. Aun hoy día suele emplearse este primitivo sistema para coger muchos de los animales que vemos en nuestros parques zoológicos, en especial los rinocerontes o hipopótamos. Generalmente, los animales ya adultos suelen ser muertos a tiros, y a los jóvenes se los captura como se puede; pero los cazadores experimentados se ajustan a métodos que la práctica ha ido elaborando.