La caza del mandril es peligrosa y emocionante
La caza de los mandriles es emocionante. No es difícil apresarlos; pero el peligro comienza cuando se trata de reducirlos, pues su mordedura es terrible, y sus fuerzas, incalculables. Las personas que se dedican a cazarlo inutilizan todos sus bebederos, menos uno, junto al cual construyen una trampa, que semeja una choza, provista de una puerta de resorte. Dejan abierta ésta por espacio de algún tiempo, y cuidan de esparcir semillas apetitosas, frutas, etcétera, dentro y en torno de la trampa, hasta que los animales se acostumbran a mirarla como un lugar a propósito para descansar a la sombra, tomar un bocado y echar un trago. Y el día menos pensado, cuando hay muchos en el interior de la trampa, los cazadores hacen funcionar el resorte, cae la puerta y quedan los mandriles prisioneros.
Pero nadie se atreve a entrar para amarrarlos. A este fin, introducen por los costados de la trampa unos palos que terminan en forma de horquilla, por medio de los cuales van asegurando a los mandriles al costado opuesto de la choza, sin causarles daño alguno, pues sus cuerpos quedan sujetos entre los dos brazos de aquéllas, y entonces les amarran las patas. Después de atados así, los amordazan y envuelven de pies a cabeza en lonas, de manera que adquieren el aspecto de momias. Por este medio se vuelven mansos bien pronto, lo que se aprovecha para ponerlos en jaulas.
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