Trampas diversas para cazar leones, tigres y leopardos
Casi todos los leones que vemos en los parques zoológicos y en las casas de fieras han sido cogidos jóvenes, aunque algunos de ellos han nacido en el cautiverio. No es posible cazarlos sin lucha, pues aunque sólo tengan dos o tres meses, combaten con bravura en defensa de su libertad. Por eso los cazadores suelen arrojar sobre ellos un paño o una red.
Si son demasiado jóvenes, tienen que ser amamantados, y por lo general se eligen para ello cabras o perras muy mansas. Al principio, estas pobres bestias se asustan, naturalmente, al ver las feroces maneras de sus hijos de leche; pero pronto se establece una maravillosa corriente de cariño entre la nodriza y su cría.
El mismo procedimiento se emplea para coger al tigre joven. Sin embargo, cuando se desea cazar tigres o leones adultos, la cosa es mucho más seria. Reúnense muchos cazadores y cavan el hoyo de costumbre, y cuando el animal ha caído en él, lo enlazan por las patas y la cabeza, y le echan por encima una red. Pero con frecuencia el animal se lastima al caer, y muere. Por consiguiente, el medio más seguro es prepararle una gigantesca ratonera, cuya puerta de entrada se sostiene levantada por medio de un resorte. Cuando entra en ella la fiera y muerde el cebo, deja de actuar el muelle y se cierra la puerta con estrépito. A veces algún león, más astuto que la generalidad de sus semejantes, sospecha la celada, y, en vez de entrar en la trampa, se esconde detrás de ella y espera pacientemente a los hombres que se la prepararon. En cierta ocasión, a un león, al ser atrapado, hubo de caerle la puerta encima de una garra, y cuando acudieron los cazadores, con ánimo de asegurarlo, realizó un esfuerzo supremo, hizo pedazos la puerta y, saltando sobre sus presuntos aprehensores, dio muerte a dos de ellos.
El mismo procedimiento sirve para apresar al leopardo, la hiena y el lobo, aunque al glotón, que vive en las selvas septentrionales de América, y es maestro en el arte de la astucia, se lo ha visto en ocasiones recorrer más de 60 kilómetros robando el cebo de todas las trampas que se le habían preparado para cogerlo, sin entrar en ninguna de ellas.
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