LA VIDA EN LOS OCÉANOS
Nadie, en la hora presente, ni siquiera el más versado en cuestiones marinas, puede jactarse de conocer la historia completa del mar y sus maravillas. Pocos años han transcurrido, en realidad, desde que se inició su estudio metódico, y, como fácilmente se comprende, nos queda aún mucho por saber y por trabajar.
Los naturalistas investigan el mar, sacando de él gran número de seres, con redes y dragas: las redes -que son de tamaños, de mallas y de formas diferentes- apresan los organismos que nadan y flotan en la superficie y en las profundidades; las dragas, a su vez, rastrean los fondos y se cargan con los animales y vegetales que desprenden de ellos.
Sabemos ahora, que tanto en los mares cálidos del ecuador y los trópicos, como en los glaciales de los polos, y en los templados y fríos de las latitudes intermedias, la vida es posible, desde la superficie hasta profundidades que no excedan de 10.900 metros. Más abajo, hasta la profundidad de más de 12.000 metros (la mayor conocida actualmente), no ha sido encontrada vida alguna; si falta o no, no podemos afirmarlo todavía.
Hay en la Naturaleza un lugar para cada cosa, y cada cosa tiene su sitio propio y conveniente. No debemos considerar el océano como una masa de agua homogénea y uniforme. Varía de un punto a otro; sus variaciones determinan, naturalmente, la constitución de la fauna y de la flora de cada lugar. Es sabido que en los continentes se distinguen comarcas netamente caracterizadas por su clima, suelo, fauna y flora propios. Igual cosa sucede en el mar, donde hay regiones distintas por su temperatura y otros agentes físicos, y por su composición química, lo que determina la formación de faunas y floras locales.
Encontramos animales que cubren las rocas batidas sin tregua por el oleaje, del cual huyen otros que se refugian en bahías abrigadas; hay animales muy delicados, a quienes matan ligeros cambios de la temperatura o de la cantidad de sales disueltas en las aguas, mientras otros, en cambio, más acomodaticios, pasan de una temperatura o salinidad a otras mayores o menores, sin padecer en lo más mínimo. Viven en el litoral marítimo muchísimos animales que no existen en alta mar, y viceversa.
La diferenciación de la fauna se hace no sólo horizontalmente, del ecuador a los polos, o del Este al Oeste, o de la costa al mar abierto, sino también verticalmente, de la superficie al fondo. La luz no penetra más allá de 200 metros de profundidad. A este nivel, careciendo de la luz necesaria para su existencia, la vegetación cesa, y con ella los animales vegetarianos. A medida que se desciende, la temperatura se hace más fría, la presión crece, las aguas, tan movidas en las capas superiores por el oleaje, las mareas y las corrientes, son cada vez más tranquilas: en la calma de los abismos, apenas perturbada por lentas corrientes, los animales que los pueblan disfrutan de temperatura fría constante y de la magnífica luz fosforescente que producen algunos de ellos en ciertas partes de sus cuerpos; y parece que la mayoría de ellos tienen asignados, cada uno para su vida, niveles más o menos limitados, de los cuales no suben ni bajan.
Puede dividirse la vida en el mar en tres grandes grupos, para los cuales han creado los naturalistas nombres sonoros, derivados del griego: plancton, necton, bentos. Constituyen el primero organismos que flotan y son llevados pasivamente por las corrientes; el segundo, el necton, comprende todos aquellos que nadan a voluntad y tienen desplazamiento activo. Forman el último, el bentos, animales que dependen del suelo marino, sobre el cual andan o viven sésiles.
Cuando se mira una cantidad de agua, quieta y transparente, no se sospecha el infinito número de seres microscópicos que encierra. Si se la considera en masa, tiene la nitidez del cristal, pero examinándola bajo cierta incidencia de la luz, se ve flotar o agitarse una multitud inmensa de cuerpecitos, como se ve danzar el polvo en un rayo de sol que atraviesa un cuarto oscuro. No es posible hacerse idea de la cantidad prodigiosa de minúsculos organismos vivientes que circulan en las aguas y que forman el plancton. Es todo un mundo insospechado el que se manifiesta en las aguas oceánicas.
Llevan vida planctónica organismos muy diversos; sin embargo, todos ellos presentan rasgos semejantes de adaptación al modo común de existencia. Son en su mayoría translúcidos, total o parcialmente, de ahí que se confundan con el agua y sea tan difícil distinguirlos. El color azulino de los animales planctónicos de la superficie de las aguas reproduce el azul del mar, mimetismo que les permite escapar a la persecución de los peces y de las aves marinas; el plancton de profundidad es de color rojo o violado. Han perdido estos seres, por adaptación, todos los órganos pesados; se mantienen flotando por ser su peso especifico algo menor que el del agua, y se equilibran mediante aparatos de flotación en extremo desarrollados. Como apenas se desplazan voluntariamente, sus órganos de locomoción se han debilitado, atrofiado; en cambio, necesitan, y los tienen, largos aparatos de aprehensión de los alimentos, y éstos, siendo delicados siempre, sólo requieren para ser triturados aparatos de masticación débiles.
Se alimentan del plancton numerosos peces, que pertenecen en su mayoría al segundo grupo, el necton. En otro lugar de este libro tratamos de algunos animales de este último grupo. Tienen también entre ellos rasgos comunes. Ágiles, fuertes y rápidos, sus cuerpos están hechos para vencer la resistencia que el agua les opone al nadar, y presentan superficies pequeñas, con relación a su masa. Animales de presa, carnívoros en su casi totalidad, poseen, debido a ello, mandíbulas potentes.
Los animales del bentos son de forma pesada, buscan su alimento en el fondo, entre las algas y entre los sedimentos, o esperan que les caigan organismos muertos del plancton, o que se les acerquen otros, hasta ponérseles a su alcance.
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