Las minúsculas criaturas cuyos esqueletos cubren el fondo del océano de una capa blanca
Detengámonos ahora a considerar la existencia de algunos animales marinos. Encontramos sus historias tan maravillosas como las de cualquier otro animal de la creación.
Existen tanto en el mar como en las aguas dulces unos diminutos organismos llamados infusorios. En una copa de agua de laguna, o en una infusión de heno, hay mayor número de ellos, que gente en todo el mundo.
En un vaso de agua de mar no hay tantos. Los infusorios son organismos unicelulares pertenecientes al gran grupo de los protozoarios; formados por una sola célula encargada de realizar todas las funciones vitales, se caracterizan por estar exteriormente recubiertos de gran cantidad de pequeñas pestañas o cilias, de donde proviene el nombre de ciliados, dispuestas en filas paralelas o espiraladas, que sirven al individuo como medio de locomoción para mantenerse en movimiento en el medio líquido en que vive. Hay ciliados que tienen todas las cilias iguales, otros las presentan de diferentes formas y tamaños, y pueden llegar a soldarse entre sí y constituir membranitas. Se reproducen de una manera prodigiosa: uno se parte en dos; estos dos crecen, se dividen y originan cuatro; cuatro dan lugar a la formación de ocho, y así sucesivamente.
Proporcionándole alimentación y temperatura convenientes, un infusorio puede ser, en cuatro días, originador de un millón de su especie, y en seis días, de mil millones. ¡Estos mil millones pesan un kilo! Por cierto que, libres, en la Naturaleza, no se multiplican así, pues si no, toda la tierra y los océanos juntos no bastarían para contenerlos.
En el mar Báltico hay doce millones, por metro cúbico, de una especie de infusorios.
En el mar flotan un sinnúmero de millones de criaturas similares a éstas, especies todas de protozoarios.
Los protozoarios comprenden grandes categorías: rizopodos, infusorios y esporozoarios, cada una de las cuales se divide, a su vez, en otros grupos menores.
Los blancos acantilados de las costas de Inglaterra y las del norte de Francia, así como muchos otros terrenos calcáreos, se componen de las cubiertas tesíáceas o conchas de seres diminutos, llamados foraminíferos. Estos foraminíferos, pertenecientes al grupo de los protozoarios rizopodos, se caracterizan por tener prolongaciones llamadas seudópodos, largas, finas y ramificadas, y por estar protegidos por una concha sólida formada por una sustancia que puede volverse muy dura por presencia de sales de calcio. Estos seres vivieron en el mar desde hace millones de años, y sus restos se encuentran hoy en las formaciones paleozoicas. Después de muertos se fueron amontonando, y sus cubiertas de materia caliza se convirtieron en creta. Asimismo, en nuestra época, se están formando en el fondo de los mares otras masas calcáreas que asomarán algún día por encima de la superficie. Organismos imperceptibles siguen viviendo en el agua de los mares; y sus minúsculos esqueletos se van depositando en el fondo y constituyendo un légamo que con el transcurso de los milenios pasará a ser piedra caliza. Más de diez millones de algunos de estos restos rudimentarios vivientes, llamados globigerinas, se necesitan para formar medio kilogramo de creta, pero su número es tan incalculable, que la cantidad de roca calcárea que producen se eleva a millones de toneladas.
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