De qué modo las actinias se asocian con los cangrejos y éstos con las esponjas
Pero véase lo que ocurre en cuanto se acerca algún camarón u otro animalillo por el estilo. Los tentáculos de la anémona se extienden, estremeciéndose, dispuestos a coger la presa. El camarón, por efecto de su instinto, o acaso de su experiencia, advierte el peligro y procura escabullirse a toda prisa; pero no siempre le es posible hacerlo, antes de ser cazado por la anémona. Al efecto, ésta recoge sus tentáculos, cerrándose velozmente como una flor de las que ocultan su corola durante la noche; y, si la acción ha sido bastante rápida, el infeliz camarón queda cogido por esos tentáculos y arrastrado hacia el interior de la actinia, a la que sirve de pasto.
En las playas viven un sinfín de anémonas. Las hay que parecen rosetones; otras tienen la forma de carretes con un extremo rasgado y guarnecido de franjas. La corona de tentáculos se presenta anchamente abierta, sin que pueda sospecharse la rapidez con que es capaz de cerrarse cuando conviene. Si tocamos el extremo de una anémona con el dedo, se recogen al punto los tentáculos, intentando sujetarlo, y sentimos en la piel la aspereza de su superficie, que semeja la de la áspera pata de algún insecto. La fuerza de la actinia no es suficiente para retener el dedo, pero obra en virtud de un instinto que la mueve a contraerse al contacto de cualquier cuerpo extraño. Lo hace porque se figura, digámoslo así, que lo que ha cogido puede servirle de alimento, y no se volverá a abrir por espacio de varios minutos.
La anémona de mar es una de las formas inferiores en que se manifiesta la vida; sus actos, no obstante, obedecen a propósitos tan definidos, que nos confunde y maravilla la habilidad demostrada por esos seres. Pero más maravillosa todavía es la facultad que poseen las actinias de asociarse con otros animales. Consideremos la asociación que se forma con frecuencia entre la anémona y el cangrejo ermitaño. Sabemos que el ermitaño, animal sumamente pendenciero, carece de protección adecuada para la parte posterior de su cuerpo. Éste es el punto débil por donde lo atacan sus enemigos; no tiene, por tanto, otro medio de salvación que adueñarse de algún envoltorio que lo proteja eficazmente; elige habitualmente la concha vacía de algún molusco, como la de los grandes caracoles, que queda abandonada cuando mueren éstos. Dentro de ella introduce el cangrejo su cuerpo, a excepción de las patas que se hallan bien protegidas, y que el animal saca para tomar los alimentos y para caminar. Pero al cangrejo le conviene permanecer lo más oculto posible, para defenderse de sus atacantes, y al mismo tiempo presentar un camuflage adecuado para que sus víctimas no lo descubran. Precisamente la anémona le suministra lo que necesita al instalarse y vivir sobre la concha del molusco, y a cambio de este servicio, el cangrejo la lleva a cuestas.
Los tentáculos de la anémona están vueltos en la misma dirección que las pinzas del ermitaño, y contribuyen a matar a la presa que está persiguiendo. La actinia tiene unos órganos cuya punzada puede atontar y aun matar a los pececillos u otros seres de tamaño reducido. El cangrejo cuenta, pues, con una aliada muy poderosa, compartiendo con ella los alimentos que le ayuda a cazar. La asociación resulta mutuamente beneficiosa. El cangrejo consigue que su casa esté resguardada, permaneciendo oculta, hasta cierto punto, a la vista de sus enemigos, y también a la de los animales que se propone atacar. La actinia, por su parte, en vez de permanecer fija, es trasladada de un lugar a otro, con lo cual puede hallar siempre a su alcance alimentos abundantes. Tenemos de este modo una forma de asociación que se conoce con el nombre de simbiosis, o sea vida en común de dos seres muy diferentes, en este caso una anémona de mar y un cangrejo de carácter batallador.
El estudio de las anémonas ofrece sumo interés, a la vez que grandes facilidades para su cultivo, pues abundan esos animales en todas las costas rocosas. En un artículo como el presente, no es posible describir todas las especies distintas que se conocen, pero los grabados de estas páginas nos muestran la rara belleza de algunos ejemplares entre los más famosos. Hay que considerarlas no como plantas, sino como animales e incluirlas en el grupo de los celenterados.
El cangrejo ermitaño, además de asociarse con la actinia, según queda dicho, puede establecer su habitación en el cuerpo de cierta esponja. Conviene recordar que las esponjas, que constituyen el grupo de los espongiarios no son plantas, sino animales, cuyos organismos reciben por numerosos canales el agua de mar, y toman de ella diminutas partículas vivientes que les sirven de alimento, así como el oxígeno disuelto en el agua, que necesitan para respirar. Tal es la manera ordinaria con que ejercen esa función los animales marinos, que carecen de órganos respiratorios.
Todos los peces se hallan provistos de unos órganos, llamados branquias o agallas, por los que absorben el oxígeno disuelto en el agua y lo transmiten a los vasos sanguíneos. El resultado viene a ser el mismo que si respirasen por medio de pulmones, aunque el procedimiento sea muy distinto. Pues bien, las esponjas, sea cual fuere su tamaño o su especie, respiran tomando el oxígeno del agua que pasa por los canales.
En los canales y cavidades internas del cuerpo de la esponja el ermitaño tiene su habitación. En lo más hondo de estas mismas cavidades suele albergarse un gusanillo, constituyendo este conjunto la historia de cuatro diferentes formas de vida. Primeramente, el ermitaño introduce su abdomen desnudo dentro de la concha vacía abandonada por algún gasterópodo o por otro molusco; viene luego alguna esponja joven que acaba de separarse de otra para vivir por cuenta propia, fijándose sobre la concha en que el cangrejo ha ocultado la extremidad posterior de su abdomen. La esponja va creciendo allí hasta que cubre toda la concha, dejando únicamente abierto el conducto por el cual entra y sale el ermitaño. Cuando la esponja y el ermitaño han adquirido mayor desarrollo, se asocian con un gusanillo a quien permiten la entrada dentro del cuerpo de la esponja, con el exclusivo fin de que efectúe la limpieza, devorando los desperdicios acumulados en la vivienda del crustáceo. Aun los seres más humildes, como los cangrejos y las esponjas, han de cuidar de que estén perfectamente limpias sus viviendas.
En donde quiera que abunde el coral se hallan peces de vistoso aspecto; de igual modo que muchos animales terrestres, esos peces toman el color del ambiente en que viven para pasar inadvertidos y librarse de la persecución de sus enemigos. Junto con ellos flotan en el agua lo que parece mucosidades o masas gelatinosas de riquísimos colores, y son animales que científicamente se denominan medusas, las que también pertenecen al grupo de los celenterados. Pueden verse también en las playas cuando la marea está baja, y más aun navegando por el mar, cuando el tiempo es favorable. Las que se encuentran junto a las costas de los países templados semejan grandes hongos transparentes y blancos, matizadas levemente de encarnado en el centro, como si se les hubiera echado un remiendo con lana de color. Las de brillantes matices son oriundas de los mares tropicales; pero siempre están conformadas más o menos del mismo modo: una porción superior más o menos curvada en forma de sombrilla o paraguas, en cuyos bordes se encuentran tentáculos que penden a manera de flecos, y una parte central que parece el mango de la sombrilla y que se denomina manubrio, en cuyo extremo se abre la boca.
Algunas de las de los trópicos son fosforescentes: producen por la noche una luz plateada que le da al mar el aspecto que ofrecería una superficie de metal reluciente. Si cogemos uno de esos animales y lo colocamos, para examinarlo, sobre una hoja de papel secante, es preciso que nos demos prisa, pues se componen principalmente de agua y se secan a nuestra vista sin que quede casi nada de ellos. Debe evitarse el cogerlos con la mano, pues producen ronchas dolorosas, como saben muy bien los que acostumbran a bañarse en el mar. Por eso son conocidos vulgarmente con el nombre de aguas vivas, ortigas de mar, o animales urticantes; y su nombre científico está derivado de una palabra griega que también significa ortiga.
La que ofrece el aspecto más temible de las ortigas de mar es la llamada fisalia o galera. Parece una vejiga hinchada, de quince centímetros de longitud, con el borde superior terminado en forma de cresta dentada; lleva en la parte inferior órganos prensores con los cuales recoge los alimentos. Los tentáculos de la fisalia tienen unas células urticantes que sirven para paralizar a los pequeños animales de que se nutre, pudiendo, además, causar daño al hombre al producirle vivo escozor en la parte que ha tocado, y a veces, fiebre. Los referidos apéndices filiformes se extienden en el agua más de un metro, y están llenos de células cargadas de un fluido venenoso. El más leve contacto de la mano con esos filamentos es bastante para levantar una ampolla, y por espacio de mucho tiempo se siente en la mano y brazo un dolor muy agudo. Aun después de separados del cuerpo de la fisalia, los tentáculos urticantes conservan su poder dañino, saliendo de ellos un líquido que, aun después de permanecer durante varios días expuesto al aire. produce dichos efectos.
Las medusas, las actinias y el coral, así como otros animales marinos que tienen forma de plantas, pertenecen al mismo grupo zoológico, denominado de los celenterados. Otro grupo no menos interesante es el que comprende los animales conocidos vulgarmente con el nombre de erizos de mar. Su nombre científico de equinodermos significa que tienen una piel muy dura en la cual se deposita una materia calcárea que la convierte en un envoltorio muy parecido a una concha, aunque sin serlo del todo.
Pagina anterior: De las flores animadas que crecen en las rocas de coral
Pagina siguiente: Las maravillosas estrellas de mar, animales de curiosa estructura