EL SUENO INVERNAL DE ALGUNOS ANIMALES


En cierta mañana de primavera nació una linda mariposa; al desplegar sus pintadas alas, se encontró en un mundo de luz y de olorosas flores. El aire estaba saturado de aromas, la tierra aparecía alfombrada con verde tapiz de césped, y la Creación, palpitante de vida, era un edén para el gentil insecto. Transportado de alegría, se posó en la corola de una azucena y libó ávido la suavísima miel que el tierno cáliz atesoraba; luego, ebrio de placer, dibujó loca y extraña danza en el aire, flotando entre los cálidos rayos del sol. Cuando llegó el crepúsculo triste, la mariposa, fatigada y soñolienta, se retiró a su oscuro hueco en el tronco de un árbol secular. Pasaron uno, dos días; puso sus huevecillos, y murió. Su vida había sido efímera, pero vivida entre luz, calor y flores, sin conocer el rigor de otras estaciones. Hay animales que, aunque tienen una vida no de pocos días sino de mayor duración que la del hombre, pasan los inviernos en profundo letargo, y despiertan únicamente para disfrutar de los encantos de la Naturaleza durante las estaciones de calor y de vida estival.

No es fácil sorprender a estos animales en su extraño sueño invernal, pues generalmente se ocultan bajo tierra o en retirados escondrijos; pero más de una vez se tiene ocasión de ver en los parques zoológicos algunos curiosos ejemplares.

En el parque zoológico de Nueva York había, años atrás, una gigantesca tortuga, que cuando murió era más que centenaria. En un principio este animal solía dormir por lo menos doce horas cada día, durante la canícula; pero no satisfecha con tan prolongado descanso, apenas llegaban los desapacibles días del otoño, entregábase al sueño, no por algunas horas, sino durante todo el invierno; y en su larga vida, que se- llegó a suponer pasaba de dos siglos, nunca vio una sola invernada, es decir, que, como los demás individuos de su especie, las pasaba oculta y sumida en profundísimo letargo.

Este largo sueño invernal es una de las más admirables disposiciones de la Naturaleza en favor de algunos animales que suelen vivir en parajes yermos y fríos. En ciertos reptiles que, como la tortuga, se muestran tan indolentes e inactivos en los mejores períodos de su vida, la transición de estado de vigilia al de sopor parece que ha de verificarse sin apreciable esfuerzo. No obstante, hay otros animales mucho más activos que la tortuga, los cuales duermen igualmente durante todo el invierno.

Al leer los hechos y aventuras de los que han viajado por las regiones árticas, se ve más de una vez que tales arriesgados expedicionarios se han encontrado con grandes osos polares. Suele decirse que éstos no invernan; y esta afirmación en parte es cierta, y en parte no. El oso macho tiene su sueño cotidiano y nocturno, como la mayoría de los animales, y dedica el día a buscar alimento; pero no así la hembra. La osa polar duerme durante todo el invierno, con la misma pesadez que el conocido erizo de tierra. Al llegar la estación invernal, se acuesta en la nieve y deja que sus copos la cubran por completo, formando sobre su cuerpo espeso cobertor. El calor natural de su aliento abre en la nieve una especie de chimenea, que sirve de respiradero al animal; éste puede recibir en tal forma el oxígeno necesario para mantener pura su sangre. En tan original lecho pasa la osa en apacible sueño los días del invierno. A la llegada de la primavera sale de su helado cubículo y va en busca del macho, el que durante todo el invierno se ha afanado buscando provisiones para mantenerse y poder recibir sano y vigoroso a su compañera, que a menudo va a su encuentro acompañada de uno o dos lindos oseznos.

El sueño invernal no es solamente propio de esas osas, sino también de otras especies de su mismo grupo que, si no en la nieve, buscan refugio y abrigo en otros escondrijos, como ser en troncos huecos de árboles o en las cavernas.

Todos los animales invernantes se disponen de antemano para la estación fría, comenzando por buscar un sitio adecuado, pues si los cogiese desprevenidos el invierno, sin haber tomado las medidas oportunas, morirían helados. Así, lo primero que hacen es buscar el lugar de refugio, algún sitio cerrado en que no puedan soplar los vientos y no sean muy perceptibles las variaciones de temperatura. A ello los ayuda su maravilloso instinto, que asimismo les indica el modo de mantener su nutrición durante el letargo invernal.

Al acercarse el otoño, los osos se alimentan copiosamente, no por sentir hambre, o por voracidad, sino para engordar de modo extraordinario. Durante los meses de invierno, en que yacen dormidos como muertos en sus madrigueras, necesitan consumir ciertas sustancias de sus cuerpos, para sostener la vida. Ahora bien: la gran cantidad de grasa almacenada en el período de alimentación superabundante les sirve de nutrición durante el largo ayuno que han de pasar.