El sueño invernal se asemeja a la muerte
Asimiladas en los meses de letargo las reservas de grasa que encierra su cuerpo, se despierta el oso macilento y malhumorado, sintiendo el aguijón del hambre; su piel está lacia y despeluzada, y, en tal estado, la fiera constituye un verdadero peligro para los exploradores o cazadores que se aventuran por los lugares que recorre; pero después de corto tiempo, alimentado de raíces, vástagos de árboles, de miel, etc., o habiendo devorado alguna presa que pueda cazar, su piel se torna lustrosa, se redondea su cuerpo y vuelve a ser el magnifico oso de meses atrás.
El tejón es otro animal que, en países de clima riguroso, pasa buena parte del invierno en letargo. Se parece en esto al oso pardo. Ambos duermen a largos intervalos, durante la estación fría, es decir, no con la continuidad del oso negro, que yace sumido en el sueño invernal, sin despertar, hasta la llegada de la primavera. Impelidos por la necesidad, salen de sus guaridas para buscar alimento; una vez que lo han hallado, vuelven a su escondite y duermen varias semanas. Sin embargo, los naturalistas no consideran el sueño de estos animales como rigurosamente invernal, puesto que mantienen abierto en su guarida un respiradero, y, según ellos, para que el sueño merezca aquel califica tivo, ha de caer el animal en un estado de letargo semejante a la muerte.
Cuando los animales pasan por este sueño extraño, ofrecen a la observación uno de los más misteriosos casos fisiológicos: la respiración disminuye, hasta dar la impresión de que cesa; el corazón late débilmente, y la temperatura o calor natural del animal desciende hasta ponerse al nivel de la del ambiente. Y aquí señalaremos un fenómeno que produce el frío intenso en algunos de estos seres durmientes, y cuyos efectos son esencialmente contrarios a los que observamos en nosotros. El excesivo frío nos entumece, y si la temperatura desciende en extremo bajo cero, provoca el sueño y luego la muerte. En estos animales ocurre lo contrario: ese mismo frío los despierta de su sueño invernal, devolviéndolos al estado de vigilia, y si en él no son capaces de proveerse de alimentos o de aumentar de cualquier otro modo el calor de su cuerpo, morirán congelados.
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