LOS REVOLUCIONARIOS FRANCESES
En el siglo XVIII Europa se convulsionó bajo la acción de ciertas corrientes de pensamientos que aportaron ideas completamente nuevas y preconizaron cambios políticos y sociales; así se indicó la aparición de una concepción del mundo y de la vida que se enfrentó y opuso a la estructura tradicional de Europa hasta ese momento. Los que más contribuyeron a la nueva tendencia ideológica fueron los pensadores y escritores franceses que determinaron, además, los cambios políticos sufridos por su propio país y por otras muchas naciones del mundo. La monarquía francesa fue convertida en república y el rey cesó en sus funciones al frente de los negocios públicos pues cada país debía ser regido según la voluntad de la mayoría de sus habitantes y no según los deseos de los pocos que poseían la riqueza y el poder.
Algunos de los cambios introducidos en el gobierno del país y en la vida del pueblo han continuado hasta el tiempo presente en la misma Francia, y han sido adoptados en otros países del mundo.
Reconstruir una época o un hecho de la Historia a través de los personajes que allí intervinieron, resulta sumamente interesante; eso haremos con la Revolución Francesa en la que aparece además un elemento notable y que jugó uno de los papeles más importantes: el pueblo, a quien el estado de cosas imperante obligó a adoptar una actitud terminante.
En Francia el rey y sus ministros podían hacer casi cuanto les venía en gana, mientras no amenguaran los privilegios del clero o de los nobles. Pero la masa del pueblo sufría gravemente, pues había sido olvidada por completo; en el campo los labriegos eran casi esclavos de los grandes terratenientes, a los que se llamaba “los señores”. Y en casi todo el país, nadie se cuidaba en lo más mínimo de las necesidades ni de los sufrimientos de los humildes; mientras los señores y el clero estaban libres de tributos, los labriegos eran obligados a pagar onerosos impuestos al Estado y tributos feudales a los señores, algunas veces en dinero y otras en productos de sus tierras. Además debían trabajar para los amos sin paga alguna. Los filósofos y economistas, por medio de libros y periódicos, proclamaron la injusticia de este régimen y afirmaron que si tales leyes no se modificaban, los hombres serían más felices suprimiéndolas.
Como no es posible vivir sin leyes, se pensó establecer un acuerdo o contrato entre el pueblo o la sociedad, y los gobernantes. Este principio del “contrato social” fue adoptado por todos los pueblos y personas que deseaban ser libres. Como el pueblo no puede gobernar en conjunto, se elige una persona o grupo de personas que lo representa, y que tiene la obligación de cumplir con los deseos y la voluntad de su representado, el pueblo, quien se convierte así en el verdadero mandante de un poder soberano.
Los señores pertenecían a un grupo de grandes familias que se consideraban en un nivel muy por encima de las gentes del pueblo. Algunos de esos aristócratas eran partidarios de las nuevas ideas. El rey no tenía bastante dinero, a causa, sobre todo, de los grandes gastos ocasionados por una guerra con Gran Bretaña, y le fue aconsejado que reuniera una Asamblea de los tres Estados es decir a los nobles, al clero y a los comerciantes ricos, a fin de consultarles acerca de lo que era conveniente hacer. En este tiempo dos hombres se hicieron famosísimos como caudillos del pueblo, ambos pertenecientes a familias aristocráticas: nos referimos a Mirabeau y Lafayette.
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