El buen rey Luis, que escuchaba a malos consejeros
Luis XVI era personalmente un buen hombre, deseoso de hacer cuanto fuera razonable y justo. Era también valeroso. Pero no se distinguía por su inteligencia, ni poseía el buen sentido de otros reyes que saben escoger buenos consejeros y fiarse de ellos. En vez de esto, escuchaba a gente que le aconsejaba mal, y no supo ver más que un grave daño en los cambios que Mirabeau y Lafayette propusieron cuando los Tres Estados se reunieron en los llamados Estados Generales, y luego, Asamblea Nacional. Parecíale que suprimir los privilegios de la nobleza y del clero sería peligroso, que lo que correspondía a la masa del pueblo era obedecer a sus superiores sin intervenir. La reina, María Antonieta, también pensaba así.
Mirabeau sabía mejor que nadie en Francia lo que era necesario. Llevaba privadamente una vida desordenada; sus crecidísimas deudas le crearon un gran número de enemigos; de carácter dominante y poco accesible a las amistades, poseía, en cambio, una gran elocuencia, y solía suceder que, pese a que la Asamblea se hubiera reunido con un propósito, él la arrastrase a un acuerdo absolutamente contrario. A los que se mostraban tímidos y vacilantes, los trocaba en animosos y resueltos. Su influencia fue mucha, por más que la gente se mostrara recelosa del brillante orador.
Fue llamado el Tribuno del Pueblo, porque pedía resueltamente lo que consideraba que al pueblo era debido, y porque declaraba que las “clases acomodadas” debían ser desposeídas de sus privilegios y pagar su parte de tributos establecidos.
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