OÍR Y HABLAR


El oído interno bastaría para hacer del hueso que lo contiene el más maravilloso de todo el cuerpo. Sabemos ya que dicho hueso aventaja en dureza y macicez a todos, no tan sólo porque forma parte de la base del cráneo y necesita, por tanto, poseer ambas cualidades, sino porque un hueso macizo conduce mejor las ondas sonoras que otro que fuese de consistencia esponjosa.

Debemos saber que, para la función auditiva, lo esencial es que las ondas sonoras lleguen de un modo u otro hasta las células ciliadas del oído interno. Sin duda lo mejor es que el sonido llegue hasta allí siguiendo las admirables construcciones orgánicas del oído externo, y de las que hemos tratado ya, pero, a pesar de que tales construcciones son muy útiles y que sin ellas el oído se aminora bastante, no son indispensables.

Las ondas sonoras pueden ser transmitidas desde los dientes, o en general, desde los huesos de la cabeza, al peñasco, que por ser compacto es un excelente transmisor de las ondas sonoras, y así llegar hasta las células ciliadas. Por este mecanismo, quienes padecen sordera por destrucción de la cadena de huesecillos oyen un diapasón apoyado sobre su cabeza. Las ondas sonoras que por este camino llegan al oído interno, contribuyen a la agudeza de la función auditiva; pero no pueden compararse en importancia con las que siguen el admirable camino que para este objeto ha formado la naturaleza. Existe, además, otra razón que da interés e importancia al peñasco, y es que este hueso contiene otro órgano de un sentido distinto, órgano que está situado junto al oído interno y, además, en comunicación directa o indirecta con él. Durante mucho tiempo se ha creído que el mencionado órgano formaba también parte del oído y contribuía a la función auditiva. En la actualidad se sabe con toda precisión que no es así.

El error era natural, porque se veía que aparentemente un mismo nervio se desprendía del cerebro, para extenderse por ambas partes del oído interno como así se suponía. Pero, en realidad, lo que se creía un solo nervio, designándose así aún hoy día, está constituido por dos nervios distintos, como claramente lo demuestra el trayecto de sus fibras hacia el cerebro.

Observamos, entonces, que las fibras procedentes del verdadero oído interno van a aquella región del cerebro donde tiene lugar la sensación auditiva; y, contrariamente, las que proceden del otro órgano, a que nos hemos referido, se dirigen a otra parte del cerebro que nada tiene que ver con dicha función.

El órgano a que aludimos es el del sentido del equilibrio, y es probablemente un hecho fortuito que se encuentre en tan inmediata vecindad con el del sentido del oído.