En la industria moderna nada se pierde, todo se transforma


En las fábricas modernas se procura aprovechar todos los productos que se obtienen como resultado secundario del que se elabora principalmente. Todo residuo tiene valor y nada se malgasta. Ya ha pasado la época en que, cuando se envasaban el tomate y el ananás, el zumo de estos frutos era totalmente desaprovechado. Ahora estos jugos, ricos en vitamina C, se embotellan y se consumen.

Tampoco se tiran las cáscaras del cacahuete o maní. De los granos, que tostados hacen las delicias de chicos y grandes, por presión se obtiene aceite comestible. La harina que queda sirve como alimento para el ganado. Las cáscaras, que antes se usaban como abono, en la actualidad se pulverizan y prensan para hacer un sustituto del corcho. Ni siquiera las hojas son desaprovechadas, pues dan un excelente forraje para el ganado. El cacahuete fue estudiado por el agrónomo estadounidense Jorge W. Carver, famoso hombre de ciencia negro, que obtuvo mediante la Química más de doscientos subproductos del maní y de la patata. Carver logró hacer mantequilla, jabón, café, leche y hasta tinta de los granos del maní.

Antiguamente, las grandes cantidades de semillas de algodón que quedaban como desecho de la separación de las fibras eran arrojadas a las corrientes de agua cercanas a las fábricas. Esta costumbre se abandonó cuando se descubrió que prensándolas se obtiene aceite apto para el consumo como comestible y como primera materia para la fabricación de jabón y cosméticos.

En las fábricas de conservas de pescado ya casi nada se desperdicia. Las partes del pescado que no se envasan se destinan para preparar aceites y abonos, o bien, una vez desecadas, se hace con ellas cierto condimento que echado en las sopas les da gusto a mariscos.

La masa fibrosa que queda de la caña de azúcar después de prensarla para extraer el jugo se llama bagazo. Todos sabemos que con el jugo se hacen los blancos terrones con que endulzamos nuestros alimentos. En cambio, el bagazo fue utilizado durante mucho tiempo como combustible para las calderas, hasta que se hizo con él un material parecido a la madera y se obtuvo papel de inferior calidad pero de muchos usos.

Vemos, pues, que a medida que la ciencia investiga y gana la industria en complejidad, se halla aplicación a muchas sustancias que parecían inútiles, de poco valor o aun perjudiciales; que numerosos derivados que se tiraban constituyen actualmente una importante fuente de riquezas. Y seguramente aún aguardan que las descubramos, en los residuos de la minería, la agricultura o las industrias, muchas sustancias maravillosas, que han de compensar con creces los esfuerzos de nuestra investigación.

Todo esto ha sido posible por el esfuerzo realizado por distintos hombres, en diferentes épocas. Hombres de trabajo y de laboratorio, que fueron capaces de permanecer horas en medio de sus alambiques, tubos y microscopios en los afanes de una investigación paciente, alentados por el íntimo convencimiento de que cuanto hacían podía significar un paso hacia adelante en el progreso y en la obtención de mayor bienestar para la sociedad humana.

La Química moderna, tan diferente de su antecesora medieval, la Alquimia, que buscaba extrañas combinaciones de poder mágico, se preocupa por el máximo aprovechamiento de los recursos que la Naturaleza ofrece a los hombres.

La vida actual, tan compleja, en la que las personas sienten necesidades de orden material y espiritual completamente desconocidas para sus antepasados, ha encontrado en la Química la mejor auxiliar, siempre pronta a ayudarla en la solución de sus problemas. El extraordinario avance de esta ciencia ha abierto horizontes insospechados que rebasan del límite de la simple investigación de laboratorio y se traducen en nuevos descubrimientos, la inmensa mayoría de ellos con aplicaciones prácticas que contribuyen a hacer cada vez más perfecta la existencia de los hombres de nuestra época.