Los magníficos tesoros de la antigua Grecia que hoy nos es dado ver


Los variados detalles del friso que decoraba el exterior del templo nos presentan un vivo cuadro de la gran procesión en que todo Atenas tomaba parte en los siglos de su grandeza. Allí iban los ganadores de los vasos, lo mismo que las doncellitas graciosas y modestas que habían bordado un hermoso velo para la diosa. Allí iban también los músicos, los portadores de ofrendas, los fogosos corceles y los mansos animales para el sacrificio.

Había en la Acrópolis tres estatuas de Atenea: una pequeña y antigua, de madera, que se creía caída del cielo; una enorme, de bronce, de más de 20 metros de alto, que los navegantes podían ver y saludar desde unos siete kilómetros mar adentro, y una magnífica estatua de oro y marfil, de un tamaño de más de doce metros, en el Partenón. El templo de Olimpia, en el Peloponeso, encerraba otra estatua de idénticas dimensiones de Zeus, padre de Atenea. En Olimpia es donde se celebraban los juegos nacionales, cuyos premios disputábanse con anhelo los más famosos atletas de toda Grecia.

El trabajo de las piedras preciosas y de los joyeles del período más notable es tan maravilloso, que su belleza sólo puede ser plenamente apreciada con ayuda de un cristal de aumento.