Cómo las disensiones impidieron a los griegos formar un imperio


El pueblo griego sentía ardiente amor por la independencia, y aunque los helenos fueran todos de una misma raza, eran de temperamentos muy distintos. Poco sabemos de las largas luchas que los recién llegados sostuvieron con los antiguos habitantes, o de las dificultades suscitadas al mezclarse con ellos y al diseminarse por las islas del Egeo y más allá de las costas del Asia Menor.

Las tres tribus helenas principales eran los jonios, los dorios y los eolios. En ningún momento de la historia de la Hélade, o Grecia, ni en la prosperidad ni en la miseria, se lee que estos pueblos se unieran bajo un solo monarca, como lo hicieron otros reinos. Las querellas, las amargas envidias, no cejaron un punto entre los Estados que fundaron y cuyas luchas tenían origen en un intento siempre renovado de lograr la hegemonía.

El principal Estado jonio era Atenas, en el Ática, pequeña península situada al nordeste de Corinto. Los jonios pronto se extendieron por las islas medias del mar Egeo hasta el Asia Menor, donde fundaron las ciudades un día tan famosas de Esmirna y Éfeso. En el Peloponeso hallábase Esparta, el Estado más importante de los dorios, el cual formó asimismo colonias, principalmente en Creta, Rodas y Chipre. Al oeste de Ática se extendía la Beocia, con su capital Tebas, fundada eventualmente por la familia eolia, no tan inteligente como los jonios, ni tan bizarra en la guerra como los dorios, pero más reposada y perseverante que unos y otros. Los eolios se establecieron al norte de la Jonia.