Las ciudades belgas llevan en cada piedra escrita su historia
En las ciudades de Bélgica hallaremos una admirable conjunción de lo antiguo con lo moderno. Bruselas, la capital, situada en el centro geográfico del reino, es una ciudad alegre, rica en bellos edificios y espléndidos parques; a menudo ha sido llamada “París en miniatura”, por la diversidad y agitación de su vida. El centro de la ciudad es la Gran Plaza, y en ella se alza el Palacio Comunal (Hotel de Ville), donde un día Carlos V trazara imperturbable su firma al pie del acta de su abdicación. En torno a la plaza se alzan también las Casas de las Corporaciones, cuyas características medievales rezuman tiempo e historia. La de los Panaderos, llamada también Casa del Rey de España, es verdaderamente majestuosa. La profusión de signos distintos, todos ellos varias veces centenarios, distinguen a la de los Molineros, en cuyo frente se halla un molino de viento, y a la de los Astilleros, cuyo pórtico semeja la popa de un navío, hasta con castillete, balcón, tritones, delfines y caballos marinos; en resumen, todo el cortejo de Neptuno.
Visitantes ilustres se han sentido impresionados por el hálito de antaño de la Gran Plaza de Bruselas, y nos han dejado en páginas inolvidables descripciones conmovidas: Víctor Hugo, Verlaine, Voltaire, lord Byron, Rimbaud, Baudelaire, figuras de distintos tiempos y diferente sensibilidad, fueron sin embargo impresionados por la Gran Plaza, corazón de Bruselas. Los grandes pintores flamencos también nos han legado su imagen en hermosas telas. No abandonaremos este lugar sin recorrer su extraordinario mercado de flores, inspiración, también, de pintores y poetas. Su vista es un himno a la Naturaleza, capaz de producir tantos y tan bellos matices distintos. Si lo contemplamos desde los altos balcones de alguna casa próxima, aquellos puestos de floristas parecen, en conjunto, sobre el pavimento agrisado, colores desordenadamente extendidos en la paleta de un artista.
El gran movimiento del puerto de Amberes, al que llegan y del cual zarpan continuamente barcos para todas las partes del mundo, es un bellísimo espectáculo. Pero una de las cosas más curiosas y raras de Amberes es la famosa imprenta antigua llamada Musée Plantin (Museo Plantin), con sus tipos, planchas y demás útiles, tal cual estaba en el siglo xvi, cuando Plantin imprimía la famosa Poliglota Regia bajo la dirección personal del conocido sabio español Arias Montano. En cada piedra de las ciudades belgas y holandesas se leen las vicisitudes del pasado. Catedrales estupendas, ayuntamientos, edificios de todo género, con los cuadros y recuerdos que encierran, son elocuentes testigos del genio y la laboriosidad de los belgas y los holandeses.
Entre el mar y Amsterdam se prolonga el famoso canal del mar del Norte, que evita a los barcos el rodeo de las islas norholandesas. Tiene cerca de 24 kilómetros de largo.
Pagina anterior: El reino de Bélgica, de reciente formación
Pagina siguiente: La historia de Bélgica después de separarse de Holanda