LOS GLÓBULOS BLANCOS DE LA SANGRE


Pasaremos ahora a tratar de otra clase de glóbulos de la sangre, los leucocitos, acerca de los cuales ya hemos dicho algo, puesto que se asemejan extraordinariamente a las células amebideas o protozoarias. Los leucocitos o glóbulos blancos son poquísimos, comparados con los glóbulos rojos. Si de un individuo sano tomamos una gota de sangre, tan grande como dos cabezas de alfileres, encontraremos de cuatro a cinco millones de glóbulos rojos; pero solamente unos ocho mil leucocitos. Sin embargo, en muchos casos de enfermedades, el número de estos últimos aumenta considerablemente, quizá cinco o diez veces, cosa que algunos médicos solían considerar como mal síntoma; pero hoy no ocurre así, porque sabemos que los leucocitos son peculiarmente útiles en las enfermedades, ya que constituyen uno de los medios con que la naturaleza muestra su poder curativo. Hay, sin embargo, enfermedades de la misma sangre o de los órganos que la producen en que los leucocitos están advertiblemente aumentados en su número.

Mientras los glóbulos rojos presentan todos un aspecto uniforme, los leucocitos varían de unos a otros. En efecto, en la sangre de las personas normales se distinguen cinco variedades diferentes, cada una con forma, tamaño y propiedades distintas. Algunas de ellas son muy móviles, y bajo el microscopio se las ve trasladarse de un lugar a otro y hasta deformarse para atravesar lugares estrechos o para rodear algún microbio.

La utilidad de estas células blancas, o leucocitos, ha sido un verdadero enigma, pero no tardaron en advertirse multitud de casos curiosos; observáronse, por ejemplo, microbios dentro de los leucocitos, y en un principio se creyó que se trataba de una invasión de microbios que darían muerte al leucocito; mas luego se vieron en ellos unas manchitas de polvillo de carbón, que, sin duda, habían recogido ex profeso. Y cuando más tarde se conoció el modo de conservar caliente una gota de sangre dentro del microscopio, para poder estudiar los leucocitos, aun durante varias horas, se observó que los que tenían microbios, no morían, sino al cabo de algún tiempo: éstos desaparecían y los leucocitos todavía continuaban viviendo.

Más tarde se descubrió también, como ahora podemos verlo, que los leucocitos recogían microbios o polvillos de cualquiera materia extraña a la sangre, y obraban con ella de igual manera que la ameba obra con cualquier cuerpo que le sirve de alimento. Pero aun hay más. Estudiando en el microscopio los vasos sanguíneos de un tejido vivo, se pudo ver que los leucocitos tienen un camino de paso a través de las paredes de dichos vasos y que circulan por los tejidos del cuerpo en todas direcciones. Este movimiento se llama comúnmente “emigración de los leucocitos”.

Ahora bien, supongamos que nos hacemos una herida de poca consideración en un dedo; fácilmente entrarán en ella microbios o polvo, pero los leucocitos se abrirán inmediatamente camino por los vasos sanguíneos próximos a la herida, no en exiguo número, sino a miles. Si observamos esta operación, veremos que un solo leucocito tarda media hora en atravesar el vaso-y que-después se reúnen otros muchos alrededor de la parte herida.