El joven preso inocente en el terrible castillo de If
Redactó Villefort la solicitud con la mayor complacencia y en los términos más calurosos, haciendo resaltar los servicios imaginarios prestados por el joven preso en la causa napoleónica; pero, en vez de remitirla a su destino, la archivó cuidadosamente entre los documentos que se custodiaban en el Ayuntamiento, esperando que constituirían una arma terrible contra Dantés. cuando, como era probable y la historia así lo consigna, volviese Luis XVIII a sentarse en el trono de Francia.
El substituto fiscal se había decidido a defender sus propios intereses, aun a expensas de un inocente joven a quien había condenado a un encarcelamiento terrible.
El pobre Edmudo, sacado de la cárcel del Ayuntamiento y custodiado por una fuerte escolta, fue conducido a un bote que debía trasladarle a la tétrica fortaleza de If, situada en el mar y de la cual no se sabía que nadie hubiese logrado evadirse nunca.
Un carcelero sombrío y de sucio aspecto, condújole a un calabozo, triste y húmedo, situado casi debajo de tierra, y lúgubremente iluminado por la indecisa luz de una lámpara colocada encima de un taburete.
En el suelo veíase esparcida un poco de paja nueva que debía servirle de lecho; y, por todo refrigerio, una jarra de agua y un pedazo de pan negro.
En medio de aquella obscuridad y de aquel terrible silencio, quedóse solo Dantés, helado como las sombras cuyo aliento la parecía sentir en su ardorosa frente. Al amanecer, hallóle el carcelero tal como le había dejado, hinchados los ojos de tanto llorar. Tan embotados tenía los sentidos, que el guardián hubo de tocarle para que advirtiera su presencia.
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