Seis años sin esperanza en una mazmorra negra e infecta
No pudo Dantés comer el rancho que el carcelero le había traído, y cuando, por fin, se hubo hecho cargo de su horrible situación, arrojóse desesperado al suelo, llorando amargamente y lamentándose del hado adverso que le había labrado semejante desdicha.
Pasaron unos días, durante los cuales había cambiado alguna que otra palabra con el carcelero, insistiendo en que se le permitiese ver al gobernador del castillo; pero la contestación fue siempre negativa. Desesperado Dantés, llegó, por fin, a amenazar de muerte al carcelero si no le prometía hacer llegar a conocimiento de Mercedes lo que había sido de él.
El resultado de estas amenazas fue mudar al preso de calabozo y trasladarle a otro de castigo, mas tétrico, más lóbrego y húmedo que el que hasta aquel día había ocupado, y con muchas menos probabilidades de poder evadirse.
Transcurrieron así los días; las semanas se convirtieron en meses y los meses pasaron sin que el preso pudiera contarlos. Habíase consumido en su calabozo seis años; y no pudiendo resistir más empezó a pensar seriamente en dejarse morir de hambre. Durante cuatro días seguidos se había negado a comer y hallábase ya muy débil, cuando oyó de repente, hacia las nueve de la noche, un ruido sordo en la pared contra la cual estaba acostado. Parecíase aquel ruido al que produce el continuo escarbar de una descomunal garra, de un poderoso molar o de algún instrumento de metal que rasca la piedra.
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