LAS ESTRELLAS TAL COMO LAS VEMOS, Y CÓMO SON EN REALIDAD


Sabemos ya que entre las innumerables estrellas que conocemos se cuenta el Sol; esto quiere decir que las estrellas son soles, cosa que ya fue advertida por Giordano Bruno, mucho antes de que pudiera ser demostrada como puede serlo ahora.

En la actualidad, la parte de la Astronomía que realiza estudios más intensos y logra hacer descubrimientos muy importantes, es la que se refiere al estudio de las estrellas, a sus condiciones físicas y al proceso por el cual generan energía. Todo lo que se aprende en nuestros días acerca de las estrellas nos ayuda a conocer el Sol; y, recíprocamente, todo lo que descubrimos acerca de este astro, nos ayuda a conocer más la naturaleza de las lejanas estrellas.

Sabemos que el estudio de las estrellas comenzó hace muchísimo tiempo, siglos antes de la invención del telescopio y de toda clase de instrumentos, cuando los hombres sólo disponían de un par de ojos y un cerebro inteligente. Tanto nos hemos acostumbrado a vincular los estudios astronómicos con el telescopio, que nos puede resultar extraño el cúmulo de conocimientos que acerca de las cosas del cielo pueden obtenerse a simple vista. Los asirios y los egipcios, los caldeos y los griegos carecían de telescopios y sus observatorios eran escasos; pero aprendieron muchísimas cosas acerca de las estrellas. Y cabe reconocer que, si se prescinde de interpretaciones fantásticas, muchos de los conocimientos adquiridos en aquellos tiempos han sido confirmados por los estudios más modernos. Porque, en realidad, todo el que tenga ojos y sepa emplearlos bien, puede estudiar las estrellas y adquirir muchos conocimientos relativos a ellas.

Lo primero que descubrieron los hombres es que las estrellas mantenían entre sí posiciones invariables, a excepción de unos pocos cuerpos que, si bien presentaban un aspecto análogo, estaban animados de movimiento. Así hemos visto cómo, desde los albores de la Astronomía, se diferenciaron las estrellas fijas de los planetas o astros errantes. En la actualidad hablamos simplemente de estrellas y de planetas; pues en verdad las estrellas, que para la observación a simple vista mantienen siempre la misma posición en el cielo, se desplazan a gran velocidad.

La enorme distancia que nos separa de ellas impedía reconocer ese movimiento propio de las estrellas, si se las observaba directamente; pero en cuanto se dispuso de precisos instrumentos de medición se estableció que ninguna estrella podía considerarse fija en el espacio. Nuestro Sol, que también es una estrella, no constituye excepción al respecto y se mueve velozmente, arrastrando consigo a los planetas que giran a su alrededor.

Pero nosotros dejaremos ahora el interesante tema del movimiento de las estrellas, que sólo puede evidenciarse por muy precisas determinaciones, y nos referiremos a las estrellas tal como las vemos de noche en el cielo. Entonces, como descubrieron los más antiguos observadores, comprobaremos que las estrellas mantienen entre sí la misma posición relativa, que con un poco de práctica podemos ir reconociendo.

Es muy útil, para identificar las estrellas, agruparlas en ciertas figuras, que reciben el nombre de constelaciones. Los antiguos relacionaron esas constelaciones con animales, hombres y dioses y les asignaron un nombre a cada una. También tienen nombre las estrellas importantes de cada constelación establecida.

Noche tras noche y año tras año, las constelaciones mantienen sus estrellas propias y sus formas sin ninguna alteración apreciable. Pero en cuanto se observa el cielo nocturno, se descubre que todas ellas se mueven, en general, de Este a Oeste, como lo hacen el Sol y la Luna. Debemos atribuir ese movimiento, no a las constelaciones en sí sino al cielo en conjunto, aunque sabemos que ese movimiento del cielo es relativo, y refleja en realidad el movimiento de rotación de la Tierra en sentido contrario.

Los observadores del hemisferio Norte podrán ver que las estrellas parecen rotar alrededor de un punto, que es precisamente la prolongación del eje terrestre. Ese punto se denomina polo Norte celeste y queda señalado por una estrella muy cercana al mismo, que recibe el nombre de Polar, y que forma parte de la constelación denominada Osa Menor. A cierta distancia del polo hay un grupo de seis estrellas que parecen dibujar una guirnalda, con las cuales los hombres formaron una constelación que designaron con el nombre de Corona Boreal. Este nombre se deriva del de Bóreas, que era el dios que suponían soplaba los vientos del norte.