José Martí, uno de los más nobles hijos de Cuba, dio la vida por la libertad de su patria
Fue uno de esos grandes patriotas que luchan y mueren en pro de un ideal de justicia. Era, entre otras cosas, organizador, economista, filósofo, poeta, historiador, literato, tribuno y político. Nació en La Habana el 28 de enero de 1835. Por sus manifestaciones y sus escritos reveladores de su ideal político, fue puesto en prisión y desterrado cuando apenas contaba 16 años. Eran aquellos los días en que el gobierno español, irritado por los progresos que hacía la revolución iniciada en Yara en 1868, extremaba el rigor contra los sospechosos. En México y Guatemala sufrió Martí su destierro. En Guatemala desempeñó una cátedra de literatura y conoció a la musa inspiradora de su bello poema La Niña de Guatemala. Al firmarse el Pacto del Zanjón, regresó a La Habana, pero bien pronto sus actividades lo hicieron sospechoso ante el gobierno español, que decretó nuevamente su destierro en 1879. Tenía entonces 26 años. Sus discursos de aquella época constituían ya un presagio feliz de le que alcanzaría su palabra florida y galana a veces, encendida y tajante otras. En el Liceo de Regla y en Guanabacoa, conmovió hondamente a cuantos escucharon aquel verbo cálido, que tan patéticamente pintaba el dolor de Cuba y hacía vislumbrar las esperanzas nacionales. Los españoles lo enviaron en calidad de preso a España, pero allí se fugó y pasó a Estados Unidos, donde organizó y llevó a efecto su plan revolucionario. Su deseo primordial fue el de unificar las distintas agrupaciones de emigrados cubanos, para lo cual redactó unas bases que fueron aprobadas, y quedó fundado el partido Revolucionario Cubano. Partió para la Florida, Santo Domingo, Costa Rica, donde quiera que hubiese un cubano a quien comunicar el fuego sagrado de su noble ideal. Como una inmensa telaraña, fue tejiendo Martí su obra espiritual, que bien pronto llegaría hasta Cuba misma. Allá en su amada isla, se fundaron diversos clubes revolucionarios que estaban en correspondencia continua con él y con los del exterior, y que luchaban por el ideal forjado: la independencia de Cuba. A fines de 1894, trazó un vasto plan de invasión de la isla y de levantamientos simultáneos que fracasaron. Mas no por ello se desanimó Martí, pues a pesar de que los tres barcos que tenía preparados para zarpar, el Ámadis, el Baracoa y el Lagonda, fueron apresados por las autoridades americanas, los cubanos se levantaron en armas el 24 de febrero de 1895. Un mes después estaba Martí con Máximo Gómez en Montecristi, Santo Domingo, donde redactó y dio al mundo el famoso Manifiesto que contenía el programa revolucionario. A pesar de su apostolado y de lo diáfano de su proceder, cierta sección de la prensa y, con ella, de la opinión pública, se expresaba de manera que obligó a Martí a hacer acto de presencia en el campo de la guerra. Esa campaña era criminal de lesa patria, porque la obra de aquel gran hombre en el exterior no estaba aún terminada. Acompañado de Máximo Gómez, fue Martí al campo de operaciones y desembarcó en el lugar conocido por Playitas, el 11 de abril de 1895. El 5 de mayo siguiente, reunidos en La Mejorana, acordaron los jefes el plan de campaña que había de seguirse, y Martí fue nombrado jefe supremo. Más tarde se entrevistó con Bartolomé Masó, y a poco, cuando se disponía a volver a Estados Unidos, en un combate empeñado por Máximo Gómez en Dos Ríos, cayó muerto de bala, combatiendo. Fue sepultado en Remanganaguas. Posteriormente se exhumaron sus restos y fueron transportados a Santiago de Cuba, en donde se les hicieron modestos aunque muy respetuosos funerales.
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