LOS BARCOS DE VAPOR


Quienquiera que haya leído las aventuras de Robinson Crusoe, o las vicisitudes de algún náufrago perdido en una isla, habrá experimentado gran satisfacción al llegar al punto en que el héroe se pone a salvo, y puede abandonar, en una nave, la soledad y tristeza de aquel pedazo de tierra inhóspita.

El mar fue algo terrible para el hombre antes de que éste aprendiese a navegar. Después, una serie de lentos pero positivos progresos en la construcción de las naves cambió el aspecto de las cosas. De las primeras embarcaciones, muy rudimentarias, se pasó a otras mayores y más resistentes, y así sucesivamente a los grandes veleros que surcaban los mares en todas direcciones. No contento aún, el hombre inventó instrumentos de precisión, que en cualquier momento del día o de la noche pudiesen indicar a los navegantes su exacta situación en la inmensidad del mar.

Luego se aplicó el vapor a la navegación; después se inventó el telégrafo por cable submarino, y por último la telegrafía sin hilos, la radiotelefonía y el radar, que tan útiles servicios prestan a los navegantes.

Con todos estos adelantos el mar quedó vencido; al desvanecerse cuanto tenía de temible, se convirtió en camino de civilización y progreso.

Tan admirable transformación fue debida a unos pocos hombres, de los que vamos a decir algo en este capítulo. Mas antes es preciso advertir que casi siempre todo invento, a pesar de que su utilidad sea finalmente reconocida, encuentra en su nacimiento grandes obstáculos y hostilidades. Aquellos mismos que por su elevada posición y por su autoridad deberían fomentar y prestar ayuda a tales inventos, son los primeros en afirmar su imposibilidad y en proclamarlos errores y utopías.

Tal sucedió, asimismo, con la navegación de vapor. Ningún invento humano hubo de vencer mayores dificultades ni tanta oposición. Los hombres y el destino parecían haberse conjurado contra ella.

Un español llamado Blasco de Garay hizo pruebas en el puerto de Barcelona, el 17 de junio de 1543, con un barco movido sin remos ni velas. Acaso no utilizó el vapor como fuerza motriz, pero su invento era un paso hacia el empleo de maquinaria para impulsar los buques.

Un siglo después, un célebre francés, Dionisio Papin, realizó algo verdaderamente importante en este campo.

Papin era médico; nació en Blois, en 1647, y murió en Gran Bretaña, en 1712. Su nombre va unido al de los más famosos de que nos habla la historia de la ciencia. Los franceses sostienen que él fue quien inventó la máquina de vapor y aplicó éste a la navegación, mas no es del todo exacto. Inventó una máquina, no movida por la fuerza del vapor, sino por la presión atmosférica. Fue una idea genialísima que, recogida por otros inventores, dio origen a grandes cosas. Su máquina, instalada en un barco, lo ponía en movimiento; y el nombre de Papin merece un lugar en la cohorte de los grandes hombres que tanto trabajaron para dar al mundo la navegación de vapor.

Muchos son los nombres que aparecen en las primeras páginas de la historia de este célebre descubrimiento. Uno de ellos, Jonatás Hulls, en 1737, hizo en Gran Bretaña un modelo de barco de vapor; mas pasaron muchos años antes de poder llegar a algo verdaderamente práctico.

Otros inventores rivalizaron también en sus tentativas. Uno de ellos fue el malogrado marqués de Jouffroy, que nació en Francia en 1751, y a los veintiséis años ya perseguía la idea de solucionar ese problema. Siguió la norma de Papin, e hizo tres embarcaciones que funcionaban bien. La primera medía 12 metros de largo, y de la tercera se dice que era un verdadero buque de vapor. Es probable que el inventor obtuviera buen éxito; pero durante la Revolución Francesa huyó arruinado a América. Cuando regresó a Francia, sus ideas habían sido ya utilizadas y perfeccionadas por otros, que recogieron los honores. Murió en 1832.

Poco más o menos por aquel tiempo, un ingeniero estadounidense, Juan Ficht, hizo experimentos que despertaron la atención pública. Ficht fue posteriormente célebre como fabricante de fusiles durante la guerra de independencia de los norteamericanos contra los ingleses. Su primer modelo de barco de vapor fue construido en 1785; pero cinco años después hizo otro bastante mejor, con ruedas de paletas. Se trasladó a Francia cuando Jouffroy salía de ella. Dícese que sus proyectos fueron mostrados a Fulton; el hecho es que volvió a América muy pobre, y que se suicidó.