LA MARAVILLOSA LABOR DE LA ARAÑA


Hay algo de mágico en el trabajo de este pequeño animal articulado, que tiende su trama sedosa en que cazará a la incauta víctima; red que se balancea al soplo de la brisa y que no se rompe ni por la violencia del viento ni por el peso del rocío, y a cuyos hilos vienen a parar mil insectos, que quedan allí adheridos como una aguja se adhiere al imán.

En el interior de las casas, las detestadas telarañas son objeto de solícita destrucción, pues no sirven para otra cosa sino para formar nidos de polvo. Pero en los jardines y en los bosques, bajo de los rayos de sol que se filtran por entre el follaje, iluminándolo de cambiantes reflejos, la tela de araña es una delicada maravilla. Se forma en una sola noche, interceptando algún camino aéreo entre las ramas, por el cual el astuto animalejo sabe que pasa habitualmente la mosca inquieta o el mosquito zumbador; pero, a decir verdad, muy pocos conocen cómo la araña hace tan original labor.

Es, pues, digno de ser sabido que, por la noche, mientras nosotros dormimos, la araña, sola, al aire libre, hila y teje la maravillosa red hecha de hilos rectos y en arco, y dotada de todas las condiciones de resistencia imaginables.

La araña más común es la grande epeira de jardín, que teje esta admirable trama. Su tela es la más sólida de todas; y como no es raro hallar estos invertebrados en cualquier sitio poblado de arbustos, nos es fácil, si en ello tenemos empeño, observar esta maravilla que, lo mismo en primavera que en estío u otoño, se efectúa a nuestra vista.

No hace mucho tiempo, dos naturalistas, provistos de cámaras fotográficas, pasaron una noche en los bosques de Saint-Cloud, cerca de París, siguiendo con el objetivo la labor de una araña entre las ramas de un árbol. Desde la puesta del sol hasta después de medianoche, y mientras una borrascosa tormenta se desencadenaba sobre ellos, persistieron en espiar con sus aparatos fotográficos los movimientos del arácnido.

Hacia las siete de la tarde salió la araña de su escondite, situado debajo de una rama, y con sus ocho diminutos ojos comenzó a registrar los alrededores, envueltos en suave penumbra. Satisfecha de su investigación, y sin sospechar la presencia de los fotógrafos, se colocó en la punta de una rama protegida de la lluvia por otras de encima, que detenían la caída de las gotas de agua. Permaneció unos momentos inmóvil; después sacó una hebra de hilo de sus hiladoras, fijó el cabo en la punta de la rama y se dejó caer, prendida de la hebra, unos cuantos centímetros, alargando el hilo a medida que bajaba. Luego trepó un poco, dio una vuelta, y siempre asida al hilo, quedó colgada cabeza abajo en actitud inmóvil durante un cuarto de hora; tal vez observando el estado de la atmósfera, pues una misma araña, en sucesivos días de diferente temperie, nunca teje dos telas que puedan llamarse idénticas.

De repente dio un salto de una rama a otra, sin romper el hilo; esta vez se detuvo durante diez minutos. Transcurridos éstos, volvió a saltar, sacó más hilo de su vientre, y se dejó caer con viveza sobre la rama de abajo, donde sujetó el cabo de la hebra. Habían pasado ya dos horas y treinta y cinco minutos, desde el principio de la observación, cuando tendió la primera línea de su red.

Una araña de jardín, acelerando su labor, puede acabar una tela perfecta en una hora, lo que nos demuestra que la que nos ocupa debió de realizar lentamente su tarea debido, sin duda, a la tormenta cuyos truenos retumbaban con frecuencia, o acaso a otras causas que nos son desconocidas.

Mas he aquí que nuestra araña parece decidirse a emprender de nuevo su tarea. Observémosla. Hasta ahora ha tendido tan sólo un hilo, fijando un cabo en la rama de donde partió, y el otro en otra rama inferior. Ahora se deja caer sobre una nueva rama, sujeta en ella otro hilo y, trepando por él, une los dos. Hecho esto, vuelve a su guarida. Y sosteniéndose sobre las aristas de las hojas, comienza a devanar otro hilo, el cual queda flotando en el aire. Esta operación es una muestra del maravilloso instinto y de la habilidad de la tejedora. En efecto, el viento que en aquel instante agita suavemente las ramas, sopla por el lado derecho; la araña quiere tender un puente sobre el pequeño abismo que se abre a su izquierda: la maniobra da resultados, pues habiendo devanado la cantidad necesaria de hilo para que éste llegue a la otra rama, el viento lo empuja hacia ella, donde queda adherido perfectamente. De esta forma, el diminuto ingeniero, sin moverse de su sitio, y gracias al viento, ha construido un camino sobre el vacío. Los observadores, que no pierden ninguna de estas maniobras, advierten que, dada la dirección del viento, la araña no podía utilizar más que un punto para el tendido de sus hilos, y ese punto es precisamente donde ella se ha colocado para lanzar su primer cable flotante.

Hasta aquí la araña no ha hecho más que construir la armazón desnuda de su obra, armazón que consiste en dos traviesas superiores y otras dos inferiores, que se cruzan aproximadamente en el centro. Satisfecha de su labor, la constructora se para en el centro de ella, con la cabeza hacia abajo, y descansa un momento antes de emprender la delicada fábrica que se propone levantar. Al cabo de veinte minutos se entrega al trabajo con actividad durante un cuarto de hora, tiempo en que fija la mayor parte de los hilos radiales de la tela, los cuales no son menos de nueve. Este corto momento de actividad demuestra con cuánta rapidez puede trabajar una araña cuando quiere. Cinco minutos de nuevo descanso en el centro de la tela; luego veintidós de labor sin interrupción; y ya ha terminado trece rayos de la red. Otra pausa breve, y pronto el último de los treinta y un hilos transversales se halla en su debido lugar.

Si ahora echamos una mirada al diagrama que los observadores han trazado y que ilustra este articulo, veremos en él los hilos radiales numerados, para hacer patente el orden en que fueron tendidos. Desde luego, veremos que ninguno de ellos atraviesa la tela de un lado al otro, sino que todos se reúnen en el centro y se adhieren a una red de lazos sedosos, y obran unos sobre otros como muelles, dando a la tela la fuerza, resistencia y elasticidad que le faltarían si los hilos corriesen de uno a otro extremo. Este diagrama es, sin duda alguna, interesante, pues probablemente es el primero que se ha trazado para demostrar el orden con que el pequeño arquitecto tiende las traviesas, por decir así, de su tan sutil como fuerte plataforma aérea.

Lo primero que inmediatamente después hizo la araña fue añadir cierto número de semicírculos alrededor del centro, a fin de dar más fuerza a la tela. Esta operación duró poco, pues la constructora iba rápidamente de un lado al otro, deteniéndose para fijar el hilo en cada radio que encontraba. Luego, colocándose en el centro, hacia la derecha, unió un hilo a uno de los radios, y después, volviéndose hacia la izquierda, prosiguió poniendo el hilo en forma de espiral de dos vueltas y tres cuartos. Hecho esto, la tejedora se detuvo: el objeto de este caprichoso trabajo era sostener la estructura manteniéndola en tensión, mientras colocase los verdaderos círculos concéntricos. La espiral conservaba las distancias entre cada radio, e iba a servir como de andamio sobre el cual la araña se disponía a emprender su tarea más importante: la colocación de los círculos de la trama. Para ello comenzó en lo alto de la tela, pasando de un radio a otro y fijando en cada uno de ellos una sección de su hilo circular. Al hacer este trabajo iba de izquierda a derecha, partiendo de la parte superior. Una vez en la parte de abajo de la tela, y cuando había avanzado bastante hacia la derecha, cortaba el hilo con las patas delanteras y volvía a empezar en sentido contrario otro semicírculo, esta vez de derecha a izquierda, para volver de nuevo sobre sus pasos, hacia la derecha, hasta realizar unos doce de los círculos sedosos exteriores. Después de haberlos tendido, la araña dio principio a una serie de vueltas en espiral que, a veces, tocaban y cerraban los más anchos y sin terminar, hilados en un principio. Sosteniéndose en sus patas delanteras, la tejedora se agarraba a los radios y al último círculo colocado, e inclinándose sobre la parte que iba a trabajar, estiraba la seda con las patas traseras, sirviéndose de éstas sucesivamente. Se notó que, durante esta parte del trabajo, la araña se sostenía siempre en equilibrio, de tal suerte que su peso caía sobre la porción de tela ya empezada, lo cual denota un maravilloso instinto en este animalillo.

La tela quedó terminada al cabo de cuatro horas y media aproximadamente, contando desde el momento en que la araña comenzó a hilar, y seis horas y media desde que salió de su guarida. Al final de este tiempo la araña poseía una maravillosa red de estructura singular.

Terminada la tela, la araña corrió con agilidad a lo largo de sus hilos hacia el sitio de donde salió antes de comenzar su tarea, y durmió tranquilamente durante el resto de la noche.

A medida que iba colocando los círculos concéntricos, un hecho original se producía: cincuenta minutos después de haberlos terminado, cada uno de éstos comenzó a brillar y a parecer más grueso merced a innumerables gotitas de un líquido gomoso que se deslizaba por los hilos.

Mientras la araña trabaja, no solamente produce la hebra, sino que también segrega cierta sustancia viscosa que hace que la tela se pegue a cualquier insecto que se ponga en contacto con ella. Sin esta sustancia, un insecto un poco pesado, como una avispa o un moscardón, rompería los hilos, ya pasando por ellos, ya forcejeando por ponerse en libertad. Se ha calculado que este líquido, depositado en forma de gotas, llega a sumar unas noventa mil por telaraña, y forma una capa completa sobre todos los hilos del tejido; de este modo es imposible que la víctima pueda escapar de la red.

Hasta aquí hemos tratado únicamente de la araña de jardín. La araña doméstica teje su tela de manera diferente: mucho más espesa y sin hacerla viscosa. No obstante, las moscas quedan presas en ella, porque se les enredan las patas en la red, blanda y compacta. Esta clase de tela no convendría a la araña de jardín, pues no resistiría al viento y al peso del rocío y de la lluvia. Su tela ha de ser ligera y sólida a la vez, de anchas mallas, y capaz, no obstante, de gran resistencia.

Ocurre, sin embargo, preguntar: ¿por qué, quedando tan adheridos a la tela los insectos, la araña corre por ella con tanta ligereza? La contestación a ello es: que sus patas están dispuestas para tal fin. Tienen unas garras en forma de peine, con las cuales la araña se agarra a los hilos con tanta seguridad y tan fácilmente como el mono trepa por las ramas de los árboles. En cuanto al hecho de que sus patas no queden presas en el líquido viscoso de la tola, hasta ahora se ignora la verdadera causa. Lo cierto es que la única parte del tejido que está desprovista de viscosidad es el centro en que se coloca la araña.

No todas las arañas se alimentan de insectos, ni todas tejen telas. Las hay que viven de pajarillos y de lagartos. Otras edifican viviendas subterráneas, cerradas por curiosos opérculos. montados sobre goznes de hilos sedosos y que funcionan como trampas. Pero unas y otras son maravillosas en algún modo, y a todas aventaja la araña de jardín.