LA LANA Y SU HISTORIA
Cuando vemos el retrato de un salvaje envuelto en una piel de leopardo, o de una señora ataviada con un abrigo de pieles, comprendemos inmediatamente que ambas personas, tan distantes en cultura y situación geográfica, están cubiertas con pieles de animales; pero al ponernos nuestros vestidos corrientes todas las mañanas, ¿acaso recordamos que nosotros también nos cubrimos con parte de un animal?
Nuestros vestidos exteriores, y frecuentemente nuestra ropa interior, están confeccionados con lana, y ésta la producen las ovejas y los carneros.
La lana es realmente una parte viviente del animal: la producen las células epidérmicas. La diferencia entre la lana y el pelo es que la fibra de la primera tiene un revestimiento de escamas sobrepuestas y puntiagudas, como placas, parecidas a las escamas de los peces y agarradas a las fibras por sus bases. Esta cubierta escamosa puede verse con ayuda del microscopio. Si nos pasamos una fibra de lana entre los dedos podremos advertir cierta aspereza. Las escamas sobrepuestas, al reunirse en ángulo, tienden a ponerse al hilo, es decir, entretejerse. Por eso es que la lana de los ovinos difiere de todas las otras fibras, animales o vegetales. Otra valiosa característica de la fibra de lana es su elasticidad, que le da una suavidad al tacto que persiste a través de su elaboración en tejidos.
Se calcula que hay más de 600 millones de ovinos domesticados en el mundo, y todos ellos producen lana, que se les quita una vez al año para tejer los paños que nos habrán de mantener calientes. Esto no implica crueldad alguna para con ellos, pues es lo mismo para el animal que un corte de cabello para nosotros. La lana pronto crece de nuevo y, como se esquila en el verano, el animal no sufre el frío y, al contrario, se encuentra aliviado.
El hombre, que mediante cuidadosa selección y crianza ha producido gallinas que ponen doscientos o más huevos al año, en vez de los pocos que ponían las aves salvajes de la India, de las que descienden nuestras actuales gallinas de corral, así también ha seleccionado cuidadosamente las ovejas que tenían los mejores pelajes y gradualmente ha producido una raza de animales que, hoy día, rinden como promedio el doble de lana que los ovinos salvajes.
Éste es un gran triunfo de la crianza científica de ganado, porque ahora obtenemos más lana y de mejor calidad.
Todos los ovinos no rinden la misma calidad de lana, y hasta la misma raza de ovinos producirá mejor lana en un país que en otro. Esta diferencia de calidad y cantidad se debe al clima y al suelo. Los animales criados en Australia producen una lana más fina que los criados en Gran Bretaña.
Si se desea obtener más lana que carne, generalmente se crían merinos. Los merinos son oriundos de España, y en el siglo viii se cita que producían lana que los moros conquistadores convertían en telas. Con el rodar de los siglos la cría de merinos se extendió a otros países de Europa. En 1797 algunos merinos fueron llevados a Nueva Gales del Sur, donde la campiña seca y caliente les asentó tan bien que hoy día son los principales carneros de Australia. Sabemos que en 1801 un individuo llamado Seth Adams llevó una pareja de merinos a Estados Unidos de América, y los grandes rebaños de los estados occidentales son descendientes de esa pareja. Igual aconteció con los rebaños de Argentina. En Canadá los ovinos para carne, o sea la cría para fines generales, son los más populares.
Una buena oveja a veces rinde siete kilos de lana, en tanto que un carnero padre da de diez a catorce kilos, aunque el promedio es bastante menor. Algunas clases de merinos tienen el pellejo arrugado, lo que les da más espacio para crecer lana, y esto significa mayor rendimiento. Hay de 6.000 a 8.000 fibras por centímetro cuadrado en el pellejo de un merino.
La lana o vellón de un merino es mucho más fino que el de los carneros ingleses, y el diámetro de la fibra del vellón del merino puede ser tan sumamente fina como dos centésimas de milímetro. Una fibra así es rizada, fuerte, sedosa y ligeramente grasienta. El aceite protege a las fibras, o pelos, en sus raíces. Algunas veces el polvo se adhiere al aceite en los extremos de las fibras de lana, y entonces el carnero parece sucio. Este aceite se le quita a la lana mediante el lavado, y entonces queda el vellón blanco, reluciente y sedoso.
Hay otras dos crías de ovinos de lana que son importantes en este continente, la Delaine y la Rambouillet. Ambas pertenecen a la familia de los merinos, pero sus lanas son algo distintas. La palabra Delaine viene del francés “delaine”, o sea, de lana. Las fibras de Delaine son largas y pueden ser cardadas y luego hiladas para hacer una tela fuerte y abrigada. El carnero Rambouillet tiene una lana de fibras más gruesas.
Las lanas de Australia son ahora unas de las mejores del mundo y tienen gran demanda. Australia posee más ovinos que cualquier otro país. En cantidad y calidad es con mucho el primer país productor de lana del mundo. Nueva Zelanda y Argentina se disputan el segundo puesto.
No podemos decir cuántos siglos hace que la lana del carnero ha sido tejida en telas, pero la práctica es antiquísima. Los antiguos egipcios, como pueblo de clima muy cálido, poco usaban vestidos de lana. Hasta donde se remonta la historia, y más atrás todavía, la producción de lana ha sido una gran industria, pues casi desde que el hombre existe ha tenido grandes rebaños de ovinos como parte de su riqueza. La Biblia está repleta de citas sobre carneros, ovejas y lana. Virgilio, el poeta romano, conocía hasta los detalles más minuciosos de la cría de ovinos, y las descripciones que hace del trabajo del pastor, muy bien podrían haber sido escritas hoy día acerca de los grandes criaderos australianos.
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