El triunfo del conde Zeppelin: los dirigibles
La energía, el tesón y el saber puestos por el conde de Zeppelin y su principal continuador, el doctor Eckener, al servicio del desarrollo de esos aparatos no tienen igual en el mundo. Sin embargo, el primero de ellos llegó poco antes de morir a una conclusión desalentadora, pues en vista de los numerosos desastres sufridos por sus aparatos, los que a pesar de tantos esfuerzos resultaban muy vulnerables y no podían competir con la naciente aviación, aconsejó a sus discípulos ocuparse de la construcción de botes voladores, deseo al que correspondió el ingeniero Dornier construyendo el Do-X de 12 motores, que en 1929 se ensayó en un vuelo sobre el lago de Constanza con 169 personas a bordo. A pesar de ello, hubo partidarios del sistema de aeronaves “menos pesadas que el aire”, para las cuales ofrecían perspectivas de gran porvenir las hazañas realizadas con algunos globos dirigibles. No obstante un comienzo infructuoso en 1910 y 1911 con dos zepelines llamados Deutschland, quedó establecida en el verano de 1911, en Alemania, la primera línea de navegación aérea comercial en un corto recorrido de dos horas. Después de la primera Guerra Mundial, con otros dos zepelines relativamente pequeños, se instaló un servicio de pasajeros entre Berlín y Friedrichshafen. Empero, la primera hazaña de magnitud la realizó entre el 2 y el 9 de julio de 1919 el dirigible inglés R 34, que fue el primero que cruzó el Atlántico Norte en un viaje de ida y vuelta de Escocia a Long Island, en Estados Unidos. Este magnífico vuelo fue superado por el Graj Zeppelin, el más famoso de todos los dirigibles, que el 11 de octubre de 1928 partió de Alemania hacia Estados Unidos, recorrido que repitió en agosto de 1929, para dar en setiembre de ese año la vuelta al mundo en veinte días y cuatro horas. Después hizo varios viajes a Brasil y llegó a Buenos Aires en 1934. Otro vuelo notable fue el realizado al polo Norte por un dirigible italiano al mando del general Humberto Nobile.
Si bien todas estas hazañas alentaban a los partidarios del dirigible, éstos sufrían tantos desastres que hacían presagiar el triunfo final del avión. Desde 1900, aparte de los zepelines perdidos durante la guerra, explosiones, tormentas, incendios, naufragios y choques destruyeron dirigibles franceses, ingleses, estadounidenses, alemanes, italianos y austríacos, y en vista de tan frecuentes desastres, gradualmente decayó el interés por las aeronaves “más livianas que el aire.”
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