Una idea trascendental: ver gracias a rayos invisibles
¿Cómo salvar esta dificultad?, se preguntaron hacia 1930 los investigadores. Quizá podríamos iluminar los minúsculos objetos, inaccesibles al poder del microscopio común, con rayos invisibles, por ejemplo –sugirieron algunos físicos en Bélgica y Alemania- con rayos catódicos... La producción de estos rayos no ofrece ninguna dificultad: el paso de una descarga eléctrica a través de un tubo, en el cual se ha hecho el vacío con una máquina neumática, los engendra. Diminutas partículas eléctricas, denominadas electrones, forman los rayos catódicos. El sabio francés Louis de Broglie postuló que los electrones, de los cuales billones vuelan en un rayo catódico, están acompañados en su camino por ondas semejantes a las que constituyen los rayos de la luz visible, pero con una longitud de onda muchísimo más pequeña.
¡Magnífica idea!, dijeron los físicos Busch y Ruska; las ondas electrónicas nos ayudarán a hacer visibles objetos que están fuera del alcance del microscopio común.
Un microbio, un fragmento de grano de polvo o un objeto cualquiera, aun cuando sus dimensiones sean cien mil veces inferiores a un milímetro, podrá reflejar una onda electrónica, pues la longitud de ésta es todavía más pequeña que la cienmilésima parte de un milímetro. El molesto límite que la luz visible opone al poder del microscopio común, concluyeron Busch y Ruska, no existiría para un microscopio que iluminara los objetos con rayos catódicos. Así es como nació la trascendental idea del microscopio electrónico.
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