DEL FONÓGRAFO AL ALAMBRE PARLANTE
Cuando deseamos deleitarnos con nuestra canción favorita o nuestra música predilecta, no siempre tenemos la suerte de poder escucharla sintonizando una estación de radiotelefonía, y si esto acontece, no podemos hacerla repetir cuantas veces deseamos. Sin embargo, tenemos a nuestro servicio un instrumento que, dócilmente, se presta a reproducir para nosotros la música o la canción que más nos guste, cuantas veces se nos ocurra, y como si eso fuera poco, nos permite elegir el intérprete que más nos agrade. En nuestra propia casa, gracias a una maravillosa caja parlante, podemos recorrer todas las gamas del arte lírico o musical, escuchar a todos los intérpretes, aunque en ese momento estén en otros países o ya no existan. Son los discos quienes guardan celosamente en la espiral de sus surcos el secreto de las armonías o las variaciones del canto, y basta ponerlos en la maravillosa caja para reproducirlas.
El gran inventor Tomás Alva Edison fue el que primero construyó este aparato, que llamó fonógrafo, porque con él, en un principio, se grababa y se reproducía lo grabado. El invento de Edison era sumamente sencillo y respondía a los siguientes principios: las ondas sonoras al golpear sobre la membrana del diafragma daban un movimiento vibratorio a un estilete apoyado sobre un cilindro de cera giratorio, produciendo en él un surco irregular, en espiral. El fenómeno es reversible; la reproducción de lo grabado se producía por medio de un diafragma igual al anterior, cuya púa recorría el surco espiral del cilindro, a medida que éste iba girando. Las irregularidades producidas en el surco por el movimiento vibratorio del estilete grabador, repetidas ahora por la púa, son llevadas a la membrana que las transforma en ondas sonoras. Hoy la técnica ha perfeccionado muchísimo el simple fonógrafo de Edison, y la electrotécnica, juntamente con la radiotelefonía, han convertido la “caja parlante”, que maravilló a nuestros abuelos, en un mecanismo tan perfecto que las reproducciones nada dejan que desear comparadas con la ejecución original.
El fonógrafo ha perdido su gran bocina de latón que desfiguraba las voces volviéndolas chillonas; ha perdido el mecanismo de cuerda que hacía girar el disco, y la pesada membrana que llevaba la púa y hacía que se deslizara sobre los surcos del disco. Todas esas partes fueron sustituidas por altavoces eléctricos, por pequeños motores también eléctricos, y por un ligero brazo que en algunos modelos está provisto de una púa especial de zafiro, que puede usarse miles de veces sin necesidad de cambiarla. Pero, a pesar de tales perfeccionamientos, la idea original de Edison permanece intacta. Es tanta la perfección de estos aparatos, que algunos hacen automáticamente el cambio de los discos, después que el oyente seleccionó y puso en un dispositivo especial los que en determinado momento quería escuchar.
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