La curiosa cúpula que tiene la casa de reyezuelo


Con añadir que unos petirrojos anidaron en un vagón de ferrocarril, que circulaba sin cesar, completaremos la relación de los sitios donde estos simpáticos pajarillos suelen construir sus nidos en determinadas ocasiones.

Para los petirrojos todos los lugares son buenos. El dueño de una chaqueta olvidada en la percha durante cierto tiempo, un día advirtió que estaban haciendo nido en uno de sus bolsillos. Hombre sensible, amante de los pájaros y sobre todo del petirrojo, esperó regocijado hasta que los padres incubaron los huevos y los polluelos pudieron volar.

Una vez, los habitantes de cierta aldea acordaron depositar las cartas destinadas al correo, en un lugar especial, a fin de no incomodar a los petirrojos que incubaban una nidada en el buzón del pueblo.

Después del petirrojo, el reyezuelo es quizá el amigo más leal que tenemos entre los pájaros. Le agrada anidar a nuestro lado, aunque no es tan atrevido como aquél para aproximarse a la gente. Este pájaro, que es bastante pequeño, construye un diminuto nido, provisto de una hermosa cúpula, con la puerta de entrada por un lado. Su forma es curiosísima, y esta circunstancia hace que llame aun más la atención el que el reyezuelo elija para instalarlo determinados sitios, al parecer, inadecuados al objeto. Se ha visto a unos reyezuelos construir su nido en un cobertizo destinado a cobijar varias macetas, mientras debajo de ellos trabajaban los jardineros; otros se hospedaron tranquilamente en la manga de un gabán puesto a orear; otra pareja anidó en un espantajo, colocado para ahuyentar a las aves de los campos recién sembrados, y otra, en un importante puerto militar europeo, fijó su residencia en el interior de una gran pieza de artillería que ya estaba desechada, lo que transformó el arma mortífera en refugio de vida.