Serpiente que fue tragada por uno de sus congéneres


Fue curioso el caso ocurrido recientemente en otra colección zoológica. Guardábanse en una jaula dos ejemplares de la boa constrictor; uno de ellos tenía cerca de tres metros y medio, y el otro, poco menos. Una noche el guardián les echó dos pichones, de los cuales uno fue devorado por la mayor de ambas serpientes.

Al día siguiente por la mañana, el otro pichón y la otra serpiente habían desaparecido; en cambio, el reptil que quedaba había engordado sensiblemente. He aquí la explicación: al ser cogido el segundo pichón por la boa más pequeña, quiso disputárselo su compañera, la cual no supo evitar que quedase entre sus mandíbulas la cabeza de la serpiente menor. Después de clavados los dientes, no era posible soltarla, y ambos animales fueron engullidos. La serpiente mayor ayunó luego durante veintiocho días, pasados los cuales se encontró repuesta y aceptó de la mejor gana otro rollizo pichón.

Entre las serpientes existe distinto grado de desarrollo dentario, lo cual es muy importante al considerar el grupo de las venenosas; así existen quienes carecen de los grandes colmillos, forman el grupo de los aglifos, cuyo veneno no puede ser inyectado y les sirve sólo para favorecer la digestión; el segundo grupo, el de los opistoglifos, presenta los dientes acanalados situados muy atrás en el maxilar superior, por lo que el animal los puede utilizar solamente para morder las presas que ya tiene dentro de la boca, razón por la cual no es peligroso para el hombre, tal sucede en la culebra de Montpellier europea. Los proteroglifos tienen los dientes acanalados situados en una posición muy adelantada, casi en el hocico; comprenden especies muy venenosas, como la serpiente de coral y la cobra. Los solenoglifos constituyen el grupo en el cual los dientes inyectores de veneno alcanzan su máxima especialización; los maxilares llevan cada uno un solo diente ponzoñoso, mucho más perfeccionado como órgano inoculador del veneno que en los grupos anteriores. Las cobras y las víboras matan mordiendo y vertiendo simultáneamente en la herida su horrible veneno. ¿Cómo puede la cobra matar con tal rapidez?

En primer lugar necesita acercarse. Su finísimo olfato le permite descubrir la presencia de un enemigo que se halle a cierta distancia. Tiene, además, la facultad de moverse con gran celeridad y de proyectar su cabeza como un dardo: su blanco es seguro, su mordedura inevitable. Para lanzarse sobre su presa, yérguese e hincha el cuello, formando una extraña capucha, y al mismo tiempo mueve repetidas veces la lengua, que es bífida, haciéndola salir y entrar por una abertura del labio superior, no utilizándola para el ataque, como erróneamente se ha dicho, sino para atemorizar a sus víctimas.