La langosta migradora sudamericana, terror de los campesinos


En Argentina son bastante frecuentes las mangas de langostas. Vienen del Norte, y llegan a veces, en sus invasiones, al límite septentrional de la Patagonia. Los agricultores las ven llegar aterrorizados, pues saben que su voracidad nada respeta; por eso, ayudados de sus hijos y sus peones, haciendo ruido con latas vacías, con tambores, y hasta con cornetas y clarines, tratan de obligarlas a proseguir el viaje, y de este modo impedir que se asienten sobre sus plantíos y los destruyan totalmente.

Hace algunos años, las personas que se hallaban veraneando en una estancia de la provincia de Buenos Aires, vieron hacia el Norte, al fondo del horizonte, avanzar una nube negra y espesa. Era una manga de langosta, que a los pocos momentos estaba sobre el monte de la estancia. Inútilmente los niños de la casa y las peonadas armaron una batahola infernal; famélicas, las langostas descendían, descendían sin cesar, como si aquello no hubiera de terminar nunca; e iban envolviendo los árboles en una vaina movible y repugnante, cada vez más densa. Sólo una parte de la manga se detuvo en el monte; el resto, la gran mayoría, siguió pasando durante horas... Apestaba el aire con su olor acre y hediondo; y se oía como un rumor sordo el incesante comer de las langostas. De pronto, en aquella tarde veraniega, sin nubes, luminosa y serena, pareció como que llovía en el monte: era el continuo gotear de los excrementos de las langostas. Al día siguiente, se hubiera dicho que un invierno repentino había deshojado bruscamente la arboleda; salvo unas pocas respetadas, las plantas no tenían ya hojas; y era de verse cómo estaban los sembrados del contorno, atacados por la voracidad insaciable de las langostas.

Desovaron en las proximidades. El área de su desove medía más de una legua. El resto de la manga que siguió el viaje esparció sus desoves en una superficie de leguas y leguas.

La langosta grávida, para desovar, introduce su abdomen en el suelo y deposita sus huevos en el fondo del canal así formado, el cual, al terminar, obtura con una sustancia tan blanda como la cera.

Del huevo nace la vulgarmente llamada mosquita. Es un insecto pequeño, oscuro y sin alas, que crece y muda, transformándose en saltona, la cual tampoco tiene alas. Cinco veces muda la saltona durante su crecimiento, al cabo del cual le aparecen alas y se convierte en voladora, o insecto perfecto. Tanto la mosquita como la saltona forman sobre el terreno grandes manchas oscuras, fáciles de reconocer a distancia; son de una voracidad extraordinaria, y avanzan a medida que van consumiendo los pastos del campo o los sembrados. Para destruir la langosta es preciso atacarla cuando no vuela aún; contra la voladora, las posibilidades de éxito disminuyen mucho. Ya hemos descrito uno de los procedimientos más usados en todos los países invadidos por la langosta. En Argentina se acostumbra también cubrir y rodear las mangas de mosquitas y saltonas con pasto seco y prenderle fuego. Los procedimientos biológicos, cuyo principio y cuya eficacia estudiamos en otro artículo, no han tenido hasta ahora gran resultado contra la langosta.

Algunos años, este voraz insecto ocasiona a los agricultores argentinos pérdidas por valor de muchos miles de pesos, pero además el gobierno del mismo país gasta millones en combatirlo y en mantener un cuerpo de naturalistas y técnicos que se ocupan en estudiar la terrible plaga y de investigar los mejores medios de ponerle coto. Se usan contra ella, aparte de las barreras, sustancias mortíferas que se esparcen por medio de aeroplanos, y también gérmenes de enfermedades que se propagan rápidamente entre los insectos. Hasta se ha llegado a emplear el ejército en la tarea de exterminar la langosta, lo que a primera vista podrá parecer una ocupación demasiado modesta para guerreros, pero sin duda es más beneficiosa esta tarea, que ir a los campos de batalla a matar al prójimo.

No todas las langostas comunes son plagas. Se ha observado que hay dos razas de distinto color, una amarillenta o verdosa, que nunca forma mangas, sino que vive aisladamente, de modo que, aunque también destruye las plantas, no es tan dañina, y otra roja, que es la que causa las invasiones devastadoras. Algunos sabios dicen que ambas son de la misma especie y que el color rojo se debe a una enfermedad, algo así como una fiebre que impulsaría a las que la tienen a reunirse en mangas y caer sobre los campos cultivados; pero aún no se sabe con seguridad si esto es cierto o no. Lo que está probado, os que las langostas tienen por costumbre detenerse a desovar en lugares fijos, y que sus crías, cuando llegan al estado de voladoras, se van, en Argentina, hacia el Norte, para allí concentrarse y bajar luego hacia el Sur, constituyendo las grandes mangas que tanto daño causan a los campos, y cuya extinción cuesta tanto dinero.