¿Por qué no pueden decidir dos personas las guerras, con lo cual se economizarían muchas vidas?


Las malas pasiones de los hombres son las que impiden que sea posible esto. Si dos personas honradas, o dos países, difieren en su opinión respecto de alguna cosa, deberían reunirse y discutir, y tratar de llegar a un acuerdo; y si no lo lograsen, deberían encomendar a otra persona o país neutral la resolución del asunto, comprometiéndose ambos de antemano a acatar el laudo que se dictare. La persona que hace esto en un juego se llama arbitro; y por eso, cuando las naciones, o las personas particulares, o los patronos y obreros recurren a este método para solventar sus diferencias, dícese que se someten a un arbitraje, que es, sin género de duda, el mejor medio de dirimir las cuestiones surgidas.

Pero si alguna nación desea obtener algo que no es justo que posea, y comprende que ningún arbitro ha de darle la razón, inventa algún pretexto, generalmente el honor, y procede a deshonrarse haciendo a sus contrarios la guerra. Ésta perjudica no sólo a la nación contra la cual se hace la guerra, sino a todas las naciones civilizadas. Gradualmente, al paso que la gente se va ya convenciendo de esto, obligará a las personas que gobiernan los pueblos a someter a un arbitraje la mayor parte de las diferencias que surjan entre aquellos. Este cambio de la guerra por el arbitraje se va realizando lenta, pero constantemente, y proseguirá hasta que se hagan cada vez menos frecuentes; lo cual sucederá tan pronto como los gobiernos de todos los países se den cuenta de los inmensos perjuicios que reporta.