¿Es posible ver las cosas más pequeñas que existen en el mundo?
No, por lo menos hasta ahora eso es imposible. El microscopio electrónico ha extendido fabulosamente nuestro límite de visión; aumentos poderosos de más de un millón de veces han permitido descubrir virus hasta hace poco invisibles. El virus de la viruela, por ejemplo, cuya existencia se conocía pero que jamás había sido visto por el ojo humano, ha sido por fin visto y fotografiado por el hombre gracias a este extraordinario instrumento.
Pero debemos tener en cuenta que un virus, a pesar de su tamaño infinitesimal, puede ser un complejo conjunto de moléculas; y estas moléculas componentes del virus, están formadas por partículas infinitamente más pequeñas: los átomos, compuestos, a su vez, por los protones, neutrones y electrones. Para tener una idea de estos tamaños, imaginemos que el mundo sufre una dilatación tal que una bola de billar se convierte en una gigantesca esfera del tamaño de nuestro planeta; en ese caso un microbio sería un monstruo de 100 metros de largo, pero todavía un átomo sería apenas un puntito. ¡Y dentro de ese puntito habría que descender a verdaderos abismos para localizar y ver los neutrones, protones y electrones!
Se puede juzgar, pues, qué lejos estamos todavía de poder llegar a ver una de esas partículas últimas de la materia. Ni siquiera sabemos, todavía, si alguna vez esa hazaña será posible. Los físicos han logrado fotografiar con procedimientos especiales las “huellas” que dejan los átomos al moverse, pero no se pudo captar la imagen de un átomo. Tenemos, pues, uno de sus efectos, el trazo que deja en una nube de vapor de agua o de aceite, pero nos falta el “retrato”, por así decirlo, del causante de esas inequívocas “huellas”.
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