¿Por qué algunos colores, vistos a la luz artificial, parecen diferentes que a la luz del día?


El color de un objeto que no tiene luz propia, sino que brilla porque refleja hasta nuestros ojos la luz que sobre él incide, depende de otras muchas cosas, además del objeto mismo.

 Esto no quiere decir que no influya poderosamente en ello; pero, como por sí no emite luz, sólo puede reflejar cierta parte de la que recibe. El objeto de por sí nada crea; limítase a enviar a nuestros ojos una parte de la luz que cae sobre él.

Tanto a la luz natural como a la artificial, el fenómeno es idéntico; pero el color es distinto en un caso y en otro, pues el de las dos luces es diferente. Supongamos que un cuerpo sólo puede reflejar los rayos azules y que estos rayos se encuentren en igual proporción en ambas luces. Entonces el color del objeto será el mismo en los dos casos. Pero bajo muchos aspectos, la luz artificial y la del día son bastante diferentes. Nuestros ojos nos dicen, desde luego, que en la primera predomina el amarillo. Pero ésta es sólo una de las muchas diferencias. El color de una cosa puede ser una mezcla, por reflejarnos dos clases distintas de rayos; y si una de ellas no forma parte de la composición de la luz artificial, o entra en ella sólo en proporción muy escasa, veremos el objeto del otro color que forma su composición, o de un color muy aproximado a éste; de modo que su apariencia será muy distinta de la que presenta vista a la luz del día.

Todo esto depende, por supuesto, de que todas las clases de luces están formadas de ciertas y determinadas mezclas de diversos colores, los cuales les prestan un matiz que varía, naturalmente, con el número y naturaleza de aquellos. Ni aun la luz del misma Sol es a todas las horas del día el resultado de la misma combinación de los diversos colores.