¿Cuál es el origen de los nombres que llevan los planetas?
Los nombres de todas las cosas les han sido asignados por los hombres, y a veces también por los niños, quienes han inventado ciertas palabras, como “papá”, “mamá” y otras. Por eso, cuando hablamos del nombre de alguna cosa, nos referimos al que le han asignado los hombres. El nombre no es una parte integrante de la cosa, y lo que nos interesa es que las personas a quienes nos dirigimos, sepan de lo que hablamos. “Una rosa conservará su perfume aunque le demos otro nombre”, dijo Shakespeare. Y el Sol, aunque lo designemos de otro modo, seguirá siendo el Sol y alumbrándonos con su luz como siempre. Ya que hablaremos de planetas ¿qué diremos del nombre del Sol mismo? Nosotros lo llamamos Sol, a igual que los romanos, y los griegos le decían Helios. Es muy posible que si en Marte hay habitantes le llamen “gato” al Sol, y “soles” a los gatos, pues el nombre importa poco para la esencia de una cosa. Un nombre no es más que un rótulo.
Los nombres de casi todos los planetas son muy viejos, y les fueron asignados por razones muy curiosas que conviene conocer. Mercurio se mueve con mucha velocidad, y así debe de ser, porque está tan cerca del Sol, que sería atraído por éste si su movimiento fuese más lento, y lleva el mismo nombre que el “mensajero de los dioses”, inventado por griegos y romanos, que creían en él.
Venus es un planeta muy hermoso, y lleva el mismo nombre que la diosa de la belleza. Marte, por su color rojizo, que recuerda el de la sangre, ostenta el nombre del dios de la guerra. Júpiter es el mayor de los planetas, y lleva el nombre del padre de los dioses en quienes creían los antiguos romanos.
Viene después Urano, que ha sido bautizado en los tiempos modernos, por seguir la tradición, con el nombre de un dios mitológico. Fue descubierto por el insigne alemán Guillermo Herschell, que vivió en Gran Bretaña, y quiso llamarle Georgium, en memoria del rey de este país. Otros quisieron darle el nombre de su descubridor, lo cual hubiera sido más discreto que asignarle el de un rey que ninguna intervención había tenido en su descubrimiento; pero se convino, por fin, en darle un nombre antiguo, como a los demás planetas.
Por lo que toca a nuestra buena madre, la Tierra, los antiguos la llamaron Gea, por eso designamos actualmente la ciencia que en su estudio se ocupa, con el nombre de geología; y a lo que llamamos Luna nosotros, llamaban ellos Selene. Tenemos en nuestro idioma la palabra lunático, porque, en tiempos primitivos, se creía que los hombres perdían la razón por la influencia maléfica que ejercía la Luna.
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