¿Por qué se eleva siempre nuestro aliento en el aire?
Lo mismo exactamente que, según acabamos de explicar, ocurre con los gases calientes, sucede también con nuestro aliento. Si el anhídrido carbónico y el vapor de agua que expelen los pulmones se estacionase alrededor de la boca y la nariz, tendríamos necesariamente que respirarlos de nuevo a la inspiración siguiente, en vez de respirar aire nuevo, y, de este modo, no tardaríamos en asfixiarnos.
Pero como nuestro aliento obedece a la ley de los gases calientes, antes explicada, se eleva al instante en la atmósfera, de manera que, cuando respiramos de nuevo, hallamos ya aire puro bien saturado de oxígeno. Claro es que podemos burlar las leyes de la Naturaleza, si cometemos la necedad de confinarnos en habitaciones cerradas dotadas de techos bajos, en las cuales los gases que expelemos al respirar apenas pueden alejarse de las proximidades de nuestras narices, por lo cual tendríamos forzosamente que inspirar aire ya respirado, es decir, aire quemado; y esta es la causa por la cual las personas se ven acometidas de sueño, y aun llegan a desmayarse, en lugares mal ventilados.
También podemos burlar las leyes de la Naturaleza, hasta cierto punto al menos, por otros medios. Por ejemplo, podemos colocar nuestra cama al lado de una pared que impida que los gases que expelemos puedan alejarse con facilidad de nosotros. Las camas, a ser posible, deberían colocarse lejos de la pared; y si no podemos hacerlo así, debemos procurar, por lo menor, no adosar a la pared el costado hacia el cual tenemos la costumbre de dormir.
La cuestión de la manera más conveniente de ubicar una cama en nuestro dormitorio no es, pues, solamente un problema estético.
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