¿De dónde procede la arena?


Trasladémonos a la playa, provistos de un cubo y una pala, y pongámonos a fabricar castillos con viejas rocas y montañas. Esos granitos de arena que las olas arrojan de acá para allá, que el viento esparce y que corrientes de agua devuelven al océano, tienen la misma antigüedad que las rocas, las colinas y las montañas de las cuales proceden.

La arena no nació como tal arena. Si la examinamos con un microscopio, vemos que cada grano es un trozo independiente de sustancia mineral. Formóse hace muchos millones de años. Puede haber sido parte de la piedra arenisca, la cual es tan dura que de ella se fabrican las piedras de amolar. No obstante esto, el viento y las heladas y la lluvia convierten esta piedra, aparentemente tan dura, en minúsculos fragmentos que las brisas o las aguas de los ríos se encargan de arrastrar hacia el mar.

También la arena puede haber formado parte de grandes rocas de cuarzo, feldespato y mica. Podemos adivinar la pasmosa antigüedad de esta arena, porque las rocas, de las cuales procede, sólo pueden haberse formado en los ígneos laboratorios del mundo, y bajo una enorme presión, a una profundidad de 9 a 24 kilómetros dentro de la corteza terrestre, donde fueron convertidas en granito y gneis.

La Naturaleza no dispone de perforadores ni de dinamita con que provocar explosiones; pero posee otros medios para hacer salir a la superficie de la tierra estas rocas tan profundamente escondidas. Su terrible calor hace brotar de su seno países y continentes, convierte en montañas los valles, y de esta manera las rocas enterradas salen a la superficie para sufrir la acción desgastadora del calor y de la lluvia, del viento y de las heladas. Estos poderosos elementos que destruyen las rocas y las reducen a polvo son también capaces de formar inmensas montañas.

Van royendo, por decirlo así, y desgastando las partes blandas y llevándose la materia que las integra, descarnando de esta suerte la cara superior y las laterales del granito, y lo que fue anteriormente una mole plana, oculta bajo la corteza de la Tierra, acaba por tomar la forma de esbelta eminencia, que domina una amplia planicie.

Como el agua busca siempre los niveles inferiores, todo lo que arrastra consigo sigue el mismo sendero; por eso la orilla del mar es el sitio donde se depositan las arenas. Las de las playas, aunque nos parezcan un mundo, constituyen sólo una capa de muy escaso espesor, algo así como la capa de polvo que cubre nuestra mesa de despacho, que basta sólo con soplarla o pasarle un paño para que desaparezca, dejando al descubierto la madera. La arena es, sencillamente, una capa de detritos que cubre las rocas, las cuales constituyen el verdadero suelo.

Parte de las grandes cantidades de arena es arrastrada constantemente por las olas hacia el fondo del mar, y otra parte devuelta a la orilla; por lo tanto varían constantemente, excepto en aquellos lugares en donde se encuentran protegidas. A veces se internan mucho en la costa, sepultando edificios, praderas y aldeas próximos al mar, caso que no es raro en nuestros propios países.