Los poetas logran expresar toda la gama de sentimientos
Nada podrá hacernos sentir mejor el sentimiento de la ira y de la vanidad ofendida que el Aquiles pintado por Homero en la Ilíada, nada nos podrá hacer experimentar de una manera más atormentadora el sentimiento de la duda que el Hamlet de Shakespeare, ni nadie nos dirá mejor que Dante lo que se siente en las altas esferas donde el hombre sabe que se encuentra frente a Dios.
El más sublime sentimiento místico, como el expresado en el Baghavad Gita o en el Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz y la más terrena de las emociones como el regocijo frente a una mesa bien provista según lo canta Horacio, caben todos y cada uno dentro del terreno que pertenece con toda legitimidad a la poesía de la mejor especie.
Toda la gama de las emociones humanas desde lo sublime a lo trivial, desde lo trágico a lo jocoso, desde lo maravilloso a lo cotidiano, ha hallado un cantor que las expresara fundiéndolas en versos imperecederos que la tradición nos ha conservado con prolija devoción y cuidadoso afecto.
Ahora bien, supuesto que él desarrollo de nuestra emotividad y el cultivo de nuestro sentido de lo bello no es menos importante que el de nuestra inteligencia y nuestra razón, es evidente que la lectura de los buenos y grandes poetas de la literatura universal se presenta como una necesidad espiritual a la que no se puede dejar de atender desde los días primeros de nuestra infancia y de nuestra juventud. Así lo han comprendido de hecho los grandes educadores de la juventud en todas las épocas de la historia pedagógica de Occidente.
Por eso la educación de los griegos se basaba sobre todo en la lectura y el aprendizaje de los grandes poemas de Homero; los romanos a su vez enseñaban los elementos de la lectura y de la escritura sobre textos poéticos y continuaban luego la educación superior leyendo los grandes poetas griegos y latinos; en la Edad Media no se dejaban nunca de la mano los fragmentos conservados de la poética latina y los libros poéticos de la Biblia; el Renacimiento exaltó al máximo el valor de la poesía en la educación de la juventud, ¡y los siglos posteriores hasta nuestros días han visto innumerables generaciones de jóvenes educados en el estudio y la devoción hacia los grandes ejemplares de la poesía, y sobre todo la poesía antigua. Solamente a fines del pasado siglo, durante el auge del positivismo (basado en el método experimental) , y del "cientismo" (para el que la única verdad es la ciencia de la naturaleza), algunos pedagogos, traduciendo la opinión en extremo superficial de ciertos sedicentes hombres prácticos, pretendieron desterrar como cosa superflua los estudios literarios para hacer lugar, según decían, a una preparación más eficiente en el terreno de la ciencia y de la técnica.
En nuestros días, sin embargo, se ha superado ya casi enteramente tal prejuicio practicista, y sólo algunos hombres incultos se atreven a considerar la poesía como un entretenimiento frívolo o como el producto trivial y sin sentido de mentes ociosas.
Nada hay, en efecto, que contribuya más a la educación del sentido de lo bello en la juventud que la lectura y el estudio de los buenos poetas. Porque si los jóvenes llegan a comprender, gustar y amar a los poetas durante sus años de estudio, esta comprensión, este gusto y este amor se irán consolidando con la edad, y al mismo tiempo que iluminarán la vida entera con los puros destellos de la belleza hecha palabra nos harán capaces de sentir más intensa y profundamente la hermosura de la naturaleza y de las acciones humanas, nos elevarán a una región de incontaminada pureza donde nuestra alma, desprendiéndose de las preocupaciones y de los cuidados mezquinos de la vida diaria, podrá contemplarse a sí misma tal cual es en el abismo de su propio ser al contemplar la belleza de las cosas y de las acciones.
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