EL POETA - Víctor Hugo


“¡Muse, contemple ta victime!” Lamartine.

Que pase en paz por el tropel injusto
De un mundo cuyos goces él ignora;
Que pase en paz el desgraciado augusto
A quien su alma devora.

Huid placeres, huid su austera vida,
Y respetad sus púdicos dolores,
Que su palma no crece confundida
Con vuestras vanas flores.

¡Ah! no turbéis con locas alegrías
Su insomnio ardiente y su inspirado canto...
¡Ved! cada paso en las sublimes vías
Se riega con su llanto.

Llora su juventud sin embeleso,
La vida en su mañana marchitada,
De la inmortalidad al grave peso
Débil caña doblada.

Y llora, bella infancia, tus encantos,
Tus juegos bulliciosos, tu alegría,
Tus dulces risas, tus pueriles llantos,
Tu pasado de un día.

Y el ala de oro donde tú reposas,
tu placer purísimo, inocente,
tu corona de aromadas rosas,
Que se secó en su frente.

A su siglo, a su lira acusa airado,
a su esperanza dulce e ilusoria,
a la copa funesta que ha colmado
De tanta hiel la gloria.

Y a sus votos siguiendo las fatales
Promesas de su genio con anhelo,
Y a su musa y los dones celestiales
Que no son ¡ay! el cielo.

¡Si al menos los pesares con que lidia
Aletargase bienhechor beleño,
Y sus triunfos pasasen y la envidia,
Sin alterar su sueño!

¡Si preparar pudiese su memoria
En el olvido, y, de esplendor velado,
Como en el sol un ángel, en su gloria
Quedarse sepultado!...

Mas no; que es fuerza en la común arena
Seguir de la ola el ímpetu violento,
Y respirar el aire que envenena
El hombre con su aliento.

Su grave voz se pierde en el torrente
De la ignorancia y del orgullo vano...
Los hombres juegan con el cetro ardiente
Que pesa ¡ay! en su mano.

¿Qué importa vuestro imperio corrompido
A ese inmortal que en soledad suspira?
¿No tiene vuestro mundo asaz ruido
Sin su canto y su lira?

¿Por qué de sus dominios tan distante
A ese monarca conducís insanos?...
¿Qué importa, respondedme, a ese gigante
Un séquito de enanos?

Dejadle entre sus sombras, do desciende
La luz que da más vivos resplandores:
¿Sabéis que allí su musa el ala extiende
Y arrulla sus dolores?

¿Sabéis que vierte, en su vigilia inquieta,
La paloma de Cristo inspiraciones,
Y el águila sublime del profeta,
Dejando sus regiones?

Y en las santas visiones del desvelo
Soles tal vez y esferas apagadas,
Pasan en multitud por otro cielo
Visible a sus miradas.

Y busca, por querubes conducido,
De qué formas y aspectos ignorados
El ser universal es revestido
En mundos apartados.

¿Sabéis que abrasa su mirada intensa,
Y que el velo que toca vuestra mano,
Ese velo que cubre su alma inmensa,
No se levanta en vano?

¿Sabéis que su ala en un batir podría
Salvar dé los extremos el camino,
Para pasar de la infernal orgía
AI banquete divino?...

Dejad por sus senderos solitarios
Al que marcó el señor con ese sello,
Sello qué veis, mortales temerarios,
Funesto como bello.

Sus ojos ¡ay! divisan más misterios
Que los que leen los muertos en las losas
De sus abandonados cementerios,
En horas silenciosas.

Y vendrá día en que con laúd bendito
Y de un augusto sacerdocio armado,
Lo envíe ¡la musa a un mundo de delito
Y de sangre abrevado,

Para que ilustre vuestro orgullo ciego
Que ama el error y a la verdad rechaza,
Y del Dios poderoso lleve el ruego
Al hombre que amenaza.

Un formidable espíritu lo enciende...
¡Parece!... y en relámpagos lanzada
Su alta palabra, los espacios hiende
Y les doquier escuchada.

Culto le dan los pueblos de la tierra:
Forman los rayos su corona ardiente...
¡Sinaí divino, que tronando encierra
Todo un Dios en su frente!