LA CONCIENCIA - Víctor Hugo
Todo hombre, por malvado que sea, lleva dentro de sí un juez inexorable, que juzga y condena: la conciencia. Quien procede mal, en vano tratará de sustraerse a los fallos de ese juez, a cuyos ojos escrutadores nada puede ocultarse. Víctor Hugo expresa aquí esa idea» simbolizada en la insensata fuga de Caín, quien inútilmente quiere huir del torcedor que le atormenta, del ojo delator y justiciero, que sin cesar le acusa del nefando crimen cometido.
Airada tempestad se desataba
Cuando, de toscas pieles revestido,
Caín con su familia caminaba
Huyendo a la justicia de Jehovah.
La noche iba a caer. Lenta la marcha
Al pie de una montaña detuvieron,
Y a aquel hombre fatídico dijeron
Sus tristes hijos: -Descansemos ya.
Duermen lodos, excepto el fratricida.
Que, alzando sus miradas hacia el monte
Vio, en el fondo del fúnebre horizonte,
Un ojo fijo en él.
Se estremeció Caín, y despertando
A su familia del dormir reacio,
Cual siniestros fantasmas del espacio
Retornaron a huir, ¡suerte cruel!
Corrieron treinta noches y sus días,
Y pálido, callado, sin reposo,
Sin mirar hacia atrás y pavoroso,
Tierra de Assur pisó.
-Reposemos aquí… ¡Dénos asilo
Esta región espléndida del suelo!
Y, al sentarse, la frente elevó al cielo,
Y allí el ojo encontró.
Entonces a Jabel, padre de aquellos
Que en el desierto habitan: -Haz, le dijo.
Que se arme aquí una tienda -y el buen hijo
Armó tienda común.
-¿Todavía lo veis? -preguntó Tsila,
La niña de la blonda cabellera,
La de faz como el alba placentera,
Y Caín respondió: -Lo veo aún.
Júbal entonces dijo: -Una barrera
De bronce construiré: tras de su muro,
Padife, estarás de la visión seguro;
Ten confianza en mí.
Una muralla se elevó altanera,
Y el ojo estaba allí.
Tubalcaín a fabricar se puso
Una ciudad, gigante de la tierra;
Y, en tanto, sus hermanos daban guerra
A la tribu de Seht y a la de Enós.
Poblando de tinieblas la campiña
La sombra de las torres se extendía;
Y en la puerta grabó su altanería:
“Prohíbo entrar a Dios”.
Un castillo de piedra, cuyo muro
A la altitud de una montaña asciende,
De la ciudad en medio se desprende,
Y allí Caín entró.
Tsila, llega hasta él y, palpitante,
-Padre, le dice, ¿aún no ha desparecido?
Y el anciano aterrado y conmovido,
La responde: -¡No!, ¡no!
De hoy más quiero habitar bajo la tierra,
Como en su tumba el muerto- y presurosa
Su familia cavóle una ancha fosa,
Y a ella descendió al fin.
Mas ¡debajo esa bóveda sombría,
Debajo de esa tumba inhabitable,
El ojb estaba fiero, inexorable,
Y miraba a Caín.
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