PENTESILEA - Teodoro de Banville


Durante el sitio de Troya, cantado por Homero en la “Ufada”, la reina de las amazonas, Pentesilea, hija de Marte, peleó contra los griegos, causando en ellos gran mortandad, hasta que Aquiles le salió al encuentro y la hirió de muerte. El héroe admiró su valor, lloró ante el cada-ver de su victima, y mató a Tersites. que la Insultaba. Tal es el asunto que ha inspirado la siguiente composición de Teodoro de Banville, literato, poeta y crítico francés (1823 1891).

Cuando sintió por la tremenda herida
Escapársele sangre, vida y alma,
Al cielo dirigió Pentesilea
Los fieros ojos, que encendió la audacia,
Y los cerró por siempre. Los guerreros.
Apoyando su frente altiva y pálida,
A la tienda de Aquiles la llevaron.
Desprendiéronle el casco, en que ondulaba
Aun el penacho que en la lid el viento
Sacudía gallardo; la coraza
Quitáronle también, y tan purpúrea
Como brilla, al abrir una granada.
Su rojo fondo, apareció en el blanco
Femenil seno la espantosa llaga.
En sus labios la cólera aun hervía;
Y como en espumosa catarata
El desbordado río se despeña,
Así, sobre sus hombros y su espalda,
Cayó en revueltos bucles esparcida
Su negra cabellera ensangrentada.

Clavó adusto en su víctima los ojos
El matador; mas pronto pena amarga
Le ablandó el corazón, y compasivo
Admiró a la guerrera de las largas
Crenchas flotantes, que a ningún esposo
Acarició jamás, y que igualaba
En beldad a las diosas.
De repente Rompió a llorar.
La convulsión volcánica
Duró, de sus sollozos, largo rato;
Largo rato el diluvio de sus lágrimas
En la frente cayó de la amazona.
Cual lluvia torrencial que un lirio baña.

Aquellos que, surcando el mar estéril,
Para batir a Ilion, la que resguardan
Cien torres, en la flota acompañaron
Al invencible Aquiles, las entrañas
Sintieron de terror estremecerse
Al ver llorar a quien jamás llorara.
Sólo Tersites, jorobado y cojo,
Y quien orlan no más la frente calva
Cabellos ralos cual silvestres hierbas,
Con lengua de escorpión estas palabras
Al héroe dirigió: “De nuestros jefes,
Esa mujer audaz dio muerte infausta
A los mejores. Las aqueas huestes
Hizo retroceder hasta la escuadra.
Y arrojaron sus flechas a la Estigia
Tantos guerreros nuestros como arrastra
Desatado huracán hojas marchitas.
¡Y tú gimes, cobarde, como brama
El cervatillo temeroso, y lloras
A esa mujer con mujeriles lágrimas!”

Escuchó Aquiles el horrible ultraje,
Y despertó con la espantosa rabia
Del león que en las líbicas arenas
Siente de pronto el aguijón que clava
Maligno insecto en la sangrienta herida.
Miró al bufón monstruoso cara a cara,
Alzó el puño cerrado, y en su cráneo
Lo desplomó como terrible maza.

Murió Tersites: su cabeza floja
Abrióse, en cien pedazos destrozada,
Como vasija que al salir del horno
Disgusta al alfarero, que arrojándola
Airado contra el muro, la hace añicos;
Y como el buey, cuya testuz quebranta
Golpe mortal, el mofador, exánime.
Rodó por tierra. Con crecientes ansias,
A la muerta amazona contemplando,
El noble Aquiles sin cesar lloraba.