El almirante Nelson destruye en Aboukir a la flota francesa
Conviene recordar que Napoleón se hizo cargo de que en el mundo no existía potencia alguna capaz de refrenar sus ambiciones, fuera de Gran Bretaña, y por tanto se propuso, como principal objetivo, aniquilar el poder de esta nación.
Unos once años antes de nacer Bonaparte, había venido al mundo Horacio Nelson en una parroquia rural de Inglaterra, llamada Burnham Thorpe. Aunque muy delicado desde niño, fue siempre decidido y animoso, y resolvióse a seguir la carrera naval y entrar en la Armada, para lo cual obtuvo la venia de sus mayores, aunque muchos pensaban que no podría resistir la ruda vida del mar. Pero su resistencia física era mucho mayor de lo que las apariencias mostraban.
En uno de sus primeros viajes fue a las regiones árticas y diole la ocurrencia de salir de a bordo, con otro guardia marina, a cazar un oso polar. Quiso su suerte que algunos otros compañeros del buque los siguiesen, porque habiéndole salido al paso un oso y herídole el marino, el animal se volvió contra él enfurecido, y Nelson.
En vez de huir, corrió al encuentro de la fiera, sin más arma que su fusil. Un tiro certero de un tripulante del buque quitó la vida a la fiera, A no haber sido así no se hubieran librado las batallas del Nilo y de Trafalgar; pero este suceso, por sí solo, ya pone de relieve el temple del muchacho.
El primer hecho famoso lo realizó Nelson en la época en que Bonaparte había obtenido en Italia tantos éxitos. Los españoles se habían aliado con los franceses, y sus dos escuadras reunidas eran más poderosas que la
inglesa. Era, pues, de gran importancia obtener sobre ellas una victoria que diera a Gran Bretaña el dominio de los mares.
Cuando el almirante Jervis encontró ocasión de atacar y destruir una parte de una numerosa escuadra francesa, antes de que el resto de ella pudiera acudir en su ayuda, aprovechó la oportunidad y alcanzó una gran victoria a la altura del cabo San Vicente. Sin embargo, no habría conseguido tan favorable resultado si el comodoro Nelson no hubiese comprendido que era mucho más provechoso mantener a raya al resto de la escuadra francesa que unirse a Jervis para combatir a su lado. Y aunque las órdenes de este almirante habían sido distintas, aprobó complacidísimo el proceder de Nelson, quien por sus méritos fue ascendido, poco tiempo después, a contraalmirante.
En esto había llegado la época en que Bonaparte deseaba embarcar con su ejército para Egipto, y Nelson lo estaba acechando para impedir su salida de Tolón. Pero como éste se vio precisado a entrar en puerto para reparar el buque de su insignia, Bonaparte logró hacerse a la vela. Los buques de Nelson no tardaron en partir en su busca, pero lo pasaron durante una espesa niebla sin darse cuenta de ello, y siguieron persiguiéndolo en otra dirección. De esta suerte logró el corso desembarcar en Egipto y conquistar el país. Pero entretanto, descubrió Nelson la mejor parte de la escuadra francesa fondeada en la bahía de Abukír, y como el viento le fuese favorable, dividió la suya en dos y atacó por ambos flancos a la francesa, que era más numerosa, cogiéndola entre dos fuegos. El combate duró toda aquella tarde y la mitad de la noche inmediata; y, cuando amaneció, todos los barcos franceses, menos dos, habían sido echados a pique o apresados. Esta fue la famosa batalla del Ni lo, por la que Nelson fue elevado a la dignidad de par de Inglaterra. A partir de este momento, los buques franceses no pudieron navegar, sin exponerse a grandes riesgos, por el Mediterráneo, y Bonaparte en Egipto no pudo recibir más hombres, ni dinero, ni municiones de boca y guerra de Francia, y así le fue imposible emprender las grandes conquistas con que había soñado, ni transportar a Europa su ejército. Sin embargo, transcurrido algún tiempo, logró encontrar un buque que lo llevara a Francia, con unos cuantos amigos, y se hizo proclamar primer cónsul, lo que equivalía a decir que era el soberano absoluto de Francia. Logró esto porque tenía el ejército entero a su favor, pues el Parlamento o Asamblea no quería en modo alguno hacerle dejación de su poder. Las cosas no les habían ido muy bien a los franceses en el tiempo que Bonaparte había permanecido en Egipto. Los austríacos habían vuelto a invadir a Italia, y tuvo que acudir allí a toda prisa, conduciendo su ejército a través de los Alpes, y presentándose de improviso ante los austríacos, tras una marcha admirable, preñada de peligros. Los derrotó nuevamente en Italia, y otro general, Moreau, ganó la batalla de Hohenlinden.
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