Los gracos, defensores del pueblo contra los patricios


Escipión tuvo una hija que se llamó Cornelia y que contrajo matrimonio con un tal Tiberio Sempronio Graco; de este matrimonio nacieron dos hijos, Tiberio y Cayo: y su madre, que, aunque era rica, no gustaba ostentar joyas en su persona, acostumbraba decir señalando a sus dos hijos: “Éstas son mis joyas”.

Por este tiempo, subyugada Cartago y vencedores los ejércitos romanos de numerosos enemigos extranjeros, el poder de Roma había llegado a ser enorme. Pero en Roma y en Italia el pueblo padecía terriblemente, porque habiendo cesado la antigua nobleza de usufructuar el poder, levantóse?, de entre las familias cuyos miembros habían desempeñado un cargo elevado, un nuevo orden de nobles que, como los antiguos patricios, trabajaron por monopolizar el poder.

Las familias senatoriales se habían arreglado para obtener la posesión de las nuevas tierras que Roma había conquistado, de modo que por todas partes se veían grandes propiedades cultivadas por los esclavos de estos nobles, hasta el punto que los antiguos hacendados libres de Italia parecían destinados a desaparecer enteramente. Pero cuando Tiberio Graco hubo crecido y fue y a un hombre, trabajó por mejorar las condiciones del pueblo y obligar a los propietarios a que renunciasen a esos terrenos a los cuales no tenían en verdad ningún derecho. Aun cuando era su deseo que se pagase a los nobles cuanto perdiesen, éstos llevaron muy a mal semejantes medidas y acusaron a Tiberio de que deseaba captarse el afecto de la plebe y hasta erigirse rey.

Los nobles y sus secuaces cayeron entonces sobre los partidarios de Tiberio, con tan mala fortuna para éste, que fue vencido y muerto en la refriega. Ante semejante contratiempo, Cayo, el hermano menor, esperó a que llegase su hora, y al cabo de algunos años se puso a su vez al frente del pueblo, buscando el apoyo de otros italianos, a quienes concedió la ciudadanía romana. Mas en lo que Cayo puso mayor empeño fue en humillar a los nobles que habían dado muerte a su hermano, y, gracias a su elocuencia, llegó casi a conseguir su objeto. Con todo, cuando sus partidarios vieron que los nobles estaban mejor preparados para la lucha que ellos, se amedrentaron, y nuevamente cayeron los nobles sobre los plebeyos matando a muchos de éstos. Convencido Cayo de la volubilidad del pueblo y de que, según él decía, querían permanecer voluntariamente en la esclavitud, ordenó a su fiel criado que le clavara la espada en el corazón: hizolo así el criado, y luego, dando una prueba de afecto a su señor, se mató a su lado. En tiempos posteriores el pueblo honró: la memoria de estos hermanos, y erigió una estatua a Cornelia, la matrona que, en vida, prefiriera ser conocida como madre de los Gracos, antes que como hija de Escipión.

Como se ve, el Estado romano estaba dividido en dos sectores, el patriciado y la plebe, que constituían a la vez dos partidos, los cuales luchaban, uno por conservar sus privilegios, el otro por ganar algunos derechos; y mientras duraron las guerras con los extranjeros, ocurrió ordinariamente que, cuando un general afortunado conquistaba el afecto de sus ejércitos, lo ;aprovechaba para poner el poder en manos de su partido. Así, el partido ¡popular triunfó bajo Cayo Mario, y a su vez fue subyugado por el partido senatorial bajo el inhumano Sila. En¡ ambos partidos derramóse copiosamente la sangre; en vez de buscar el bien público, no parecía sino que todo el mundo procurase únicamente su propio beneficio, o, a lo más, el de su partido, de modo que pronto hubo quién advirtió que no sería posible veri restablecido el orden en Roma, sino que, por lo contrario, la lucha se prolongaría indefinidamente, a menos que surgiese algún hombre suficientemente fuerte y listo para acabar con! los dos partidos querellantes, toma el gobierno en sus manos y gobernar sin proponerse más fin que el bienestar de toda la república.

Entre el partido del Senado, su gran capitán Sila vio señales de gran talento en un jovencito llamado Pompeyo: por esto lo elevó al mando superior, cuando los demás se burlaban de él, considerándolo como un mozalbete. Pero aquel joven mandó ejércitos con extraordinario éxito, y cuando regresó de África, en donde venció a los enemigos de Sila, éste le dio el dictado de Magno, es decir, Grande. Ello no obstante, no demostró ser en realidad un gran hombre, si bien por mucho tiempo pudo creerse que salvaría a Roma, pues, además de ser hábil militar, tenía muy buen corazón y se había hecho muy popular.

Era todavía joven cuando separándose del partido del Senado se convirtió en jefe del partido popular y aun en casi dueño único de la ciudad. Poco después recibió el encargo de destruir a los piratas que navegaban por el Mediterráneo, y luego volvió a tomar el mando de los ejércitos romanos en Asia, donde, desde hacía tiempo, guerreaban contra un monarca bárbaro de nombre Mitridatos.

Pasaron algunos años antes de haber terminado Pompeyo felizmente esta guerra, y durante este tiempo otro romano en la ciudad maduraba sus planes para llegar a ser el dueño de Roma. Este hombre fue el más famoso de los romanos: Julio César.