El pintor Samuel Finlay B. Morse, inventor del telégrafo en América
Mientras los dos socios implantaban el telégrafo en Inglaterra, Samuel Finlay B. Morse dotaba a Estados Unidos de América del mismo servicio, aunque utilizando diferente sistema. Nació Morse en Charlestown, Massachusetts, en 1791; aprendió la pintura y la escultura, para las cuales tenía grandes dotes. Durante un viaje de El Havre a América, en 1832, se encontró a bordo con un tal doctor Jackson, con quien discutió los problemas de la electricidad. Jackson, que era dueño de una batería galvánica y de un electroimán, habló largamente de uno y otra, pero como en aquellos momentos no tenía estos objetos a su disposición sino en el cofre que iba en la bodega del buque, hubo de contentarse con diseñarlos mientras hablaba con Morse.
Esta conversación constituyó para el joven artista un tema de seria reflexión: llegado a América, se puso a trabajar de firme, y después de incesantes estudios y tanteos ofreció al mundo, en 1835, un telégrafo en el cual la batería y el magneto jugaban un papel importante. Jackson tuvo la imprudencia de reclamar el invento, como si en parte le perteneciese a él, y a este efecto recurrió a los tribunales, mas éstos fallaron en su contra. En 1837, Morse presentó otro instrumento perfeccionado, cuya patente solicitó del Congreso, pero que consiguió sólo seis años después de haberla pedido.
En 1844 se envió un telegrama desde Washington a Baltimore; Morse continuó mejorando su sistema hasta el mayor grado de perfección posible: en efecto, el alfabeto de Morse es el usado hoy por la telegrafía, y su método el más generalizado para enviar mensajes por medio de alambres. Naturalmente, han sido muchos más los sabios que han desempeñado un papel importante en la historia de la telegrafía; pero su trabajo es demasiado técnico para que podamos darlo a conocer en estas páginas.
Otros inventos se propusieron, en los que se utilizaban las pilas eléctricas de Volta. Puede recordarse entre ellos el de Somering, línea telegráfica primitiva, con tantos hilos como signos, todos terminados en voltámetros. Enviando la corriente eléctrica desde una estación, se descomponía el agua contenida en el voltámetro correspondiente de la estación receptora, fenómeno bien visible, y el telegrafista anotaba la letra correspondiente al voltámetro activo, continuando así hasta formar todas las palabras del mensaje. Volta, inventor de la pila eléctrica, anticipó la conducción, por un hilo metálico, del fluido eléctrico, que, luego de producir a grandes distancias sus efectos, podía volver al sitio de partida por el agua de un río o de un canal.
Hay un gran hombre en esta historia que no puede quedar en el olvido: lord Kelvin. Nació este sabio en Belfast, en 1824; cuando sólo tenía 11 años de edad, fue recibido como estudiante en la Universidad de Glasgow; después estudió en la Universidad de Cambridge. Empleó toda su vida en el estudio de dificilísimos problemas, tales como la fuerza, la acción y los efectos de las corrientes eléctricas en todas las condiciones.
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