Las necesidades de la guerra actualizan el descubrimiento de Fleming


Al estallar en 1939 la segunda Guerra Mundial, se hizo imprescindible la posesión de un producto que fuera eficaz para combatir la infección en las heridas de los combatientes. El doctor Howard W. Florey reanudó las experiencias de Fleming y pronto pudo contar con penicilina en cantidades apreciables. Con sorpresa comprobó que ella no mata a los gérmenes sino que les impide desarrollarse y con ello permite que las defensas orgánicas los destruyan. Además, la penicilina, cualquiera sea la cantidad inyectada, no produce trastornos orgánicos apreciables.