Las primeras peregrinaciones cristianas


Antiguamente estaban muy en boga las peregrinaciones, es decir, que la gente acostumbraba emprender largos viajes a fin de visitar los lugares sagrados que existen en el mundo, entendiendo por tales aquellos en que vivieron los santos o bien donde murió algún mártir, o se conserva en ellos su sepulcro.

Abonaban esta costumbre muchas razones. En primer lugar, la visita a estos sitios ayudaba al visitante a pensar en los santos y mártires, cuya memoria evocaban, y a esforzarse por vivir como ellos vivieron. Pero, además, era entonces común la creencia de que los santos oían más pronto que en parte alguna las oraciones que se les dirigían en esos lugares dedicados a su eterno recuerdo, esto es, considerados como cosa aparte y cual si les perteneciesen a ellos para siempre; y aceptábase también como doctrina corriente la afirmación de que tomar parte en tales peregrinaciones constituía un acto de virtud, con el cual podían los pecadores expiar las culpas de que se habían ya arrepentido: cuanto más dificultosa fuese la jornada, cuantos más peligros, penas y trabajos tuviese el peregrino que padecer en su ruta, tanto más completa sería la expiación: y asimismo cuanto más sagrado era el lugar adonde había que ir tanto mayor era el mérito contraído al visitarlo.

Ahora bien, de todos los lugares sagrados los más santos están en Palestina: son los que holló con sus divinas plantas el Redentor del mundo; el monte donde fue crucificado; el sitio en donde se le enterró, y que abandonó triunfante el día de su resurrección milagrosa. Por eso la peregrinación más estimada de todas era la de Tierra Santa, aun sin contar con que, estando la Palestina muy distante del centro del cristianismo, el viaje era largo y difícil, y esto era una razón más en favor de la empresa.

Durante algunos siglos, Tierra Santa formó parte del Imperio Romano o Bizantino, de suerte que eran cristianos sus dueños. Pero luego surgió de entre los árabes Mahoma, que predicó una nueva religión y se dio a sí mismo el dictado de profeta de Alá, el Dios más alto: bautizóse esta nueva doctrina con el nombre de islamismo, y se dio a sus discípulos el de mahometanos o musulmanes. Pues bien, estos musulmanes lograron conquistar a Egipto, Palestina y gran parte del occidente de Asia, que había pertenecido al Imperio Bizantino, con lo cual Palestina formó desde entonces parte del imperio sarraceno.

Al principio los nuevos dominadores no trataron mal a los cristianos, y les permitieron visitar la Tierra Santa como antes, mediante el pago de un tributo.

Pero pronto los turcos, que desde Oriente habíanse- corrido al Asia occidental y no tardaron en abrazar la religión del Islam, llegaron a ser la raza más poderosa de cuantas poblaban el imperio sarraceno; así que tuvieron en sus manos el gobierno de Palestina, comenzaron a tratar a los cristianos con tanta crueldad, que los que se aventuraban a ir a los Santos Lugares estaban casi seguros de padecer el martirio y la pérdida de la vida durante su peregrinación.