La rivalidad entre los castellanos y los portugueses provoca una revuelta
Una simiente de discordia había germinado en la tripulación de la flota, y la decisión de anclar en el puerto de San Julián dio ocasión a que se renovasen las disputas y se tramaran conspiraciones, una de las cuales fructificó; fue así que tres de las naves de la escuadra separáronse de la obediencia debida al jefe natural, y le exigieron regresar a la península.
Una vez más hubo de comprobarse aquí la audacia y el coraje del portugués, que con un puñado de leales se hizo presente a bordo de la capitana de los conjurados y la reconquistó luego de breve lucha; días después mandó degollar al jefe de los rebeldes, Gaspar de Quesada, como resultado de la pena de muerte establecida para actos de la naturaleza que aquél cometiera.
Las otras dos naves quisieron emprender la fuga, pero Magallanes cerróles la entrada de la bahía con sus tres naves, y las abordó luego. Así, en una lejana latitud, un puñado de hombres que habían salido a descubrir un paso entre dos mundos, dejábanse vencer por la ambición y arriesgaban la vida en pos de sus quimeras.
Aplastada la revuelta, fueron sometidas algunas de las naves a reparaciones, en tanto una de ellas, comisionada para recorrer las costas próximas, naufragaba pocas leguas al sur del río Santa Cruz. La tripulación, salvada, marchó por la costa hasta el puerto de San Julián, y se repartió entre los cuatro navíos restantes. El mal resultado de este intento confirmó en el comandante su propósito de suspender toda actividad durante la estación invernal, pues los temporales eran más y más frecuentes y el frío era tal, que llegaba a congelar los miembros de los tripulantes.
En esa fúnebre soledad, en regiones tenidas por desiertos inhabitados, aparecióseles un día un gigante: "Era tan alto -dice Pigafeta, cronista de la expedición-, que nuestra cabeza apenas le llegaba a la cintura". Por los grandes pies que tenía, diéronle el nombre de patagón, que luego extendióse a todo el vasto territorio que su tribu habitaba.
El 24 de agosto decidióse la prosecusión de la travesía, pero el invierno se hallaba aún en su apogeo, y al ser alcanzados por una borrasca, debieron abrigarse en la desembocadura del río Santa Cruz. Allí permanecieron dos meses, ignorando que se hallaban a tan sólo tres días de navegación del paso que tan afanosamente buscaban. Arribaron a él el 21 de octubre de 1520, es decir, un año, un mes y un día después de la salida de Sanlúcar de Barrameda.
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