Derrota y reacción de la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial
Meses antes de la iniciación de la segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética había firmado con Alemania un acuerdo de no-agresión. En setiembre de 1939, cuando el Reich invadió a Polonia, Rusia movilizó sus tropas a través del territorio polaco, de lo que resultó la partición de Polonia entre Alemania y el Soviet. Para captarse la buena voluntad de los gobernantes rusos, Alemania toleró su expansión en el Báltico. Pero luego, ante la sorpresa del mundo, en junio de 1941, atacó a la Unión Soviética; entonces este país pasó a figurar al lado de los enemigos del Eje.
Las fuerzas alemanas penetraron victoriosamente en territorio ruso, a lo largo de todo el frente que se extendía desde el Báltico al mar Negro. La Unión Soviética, después de una resistencia heroica, que culminó en la batalla de Stalingrado, consiguió reaccionar y, a partir de 1943, transformar su defensiva en Lina poderosa e irresistible ofensiva. Los rusos avanzaron hasta Europa Central, a través de países sojuzgados por los nazis, y penetraron por fin en territorio alemán. En mayo de 1945 conquistaron a Berlín. Con posterioridad a la rendición alemana, declararon la guerra a Japón y a poco invadieron a Manchukuo y Corea.
La Unión Soviética salió de esas pruebas más fuerte que antes, con una influencia preponderante en el Báltico, en Polonia, en los Balcanes y en la parte oriental de Europa. Transformada en gran potencia, se convirtió en factor determinante en el conjunto de naciones, a la vez que en problema de difícil solución para los dirigentes de la organización internacional de las Naciones Unidas.
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